La madera es, probablemente, el material natural más imitado. Sin embargo, aunque en apariencia puedan conseguirse productos similares hay una parte, la sensorial, irrepetible.
¿Cómo conseguir esa sensación de calidez, ese olor característico o ese aspecto natural? ¿Cómo reproducir la historia que encierra? Es una materia prima fruto de su propio crecimiento, de una vida que la hace única y que contribuye a despertar emociones. Nos embarcamos en un auténtico viaje sensorial a través de la madera.
No verás dos maderas iguales
La vista es el primero de los sentidos que nos indica que estamos ante un material exclusivo. Una exclusividad que le confieren los años de desarrollo. Ocurre con la madera como con las personas: no hay dos iguales. Sus imperfecciones, sus nudos o su color le dan una propia personalidad.
Quizás el artista británico Gavin Munro sea el máximo exponente de ese diseño que nos deja claro que la madera constituye un material vivo. ¿Qué hay más explícito que ver como un árbol crece con forma de silla?
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Sin embargo, no solo las obras de Munro hacen especial cada diseño. El lugar del que procede el árbol, su ubicación, la cantidad de sol que recibe… Todo va a influir en el crecimiento de la planta y, por lo tanto, en el producto final.
Una mesa de nogal, por ejemplo, encierra 80 años de historia. En ella podemos encontrar cicatrices de batallas, de incendios, de hitos históricos… Un diario vital que hace estas piezas imperfectas y únicas. Esa imperfección encierra un atractivo para los diseñadores. Porque la madera en sí misma puede convertirse en una pieza artística.
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¡Toca madera!
El origen de la madera y las condiciones a las que se ha adaptado el árbol en su crecimiento condicionan su aspecto y también su tacto. Este último va desde aterciopelado a más agreste, que confiere textura a un espacio. Un abedul, por ejemplo, que crece en zonas frías, da una madera más densa que un chopo, que se da en lugares templados cerca de los ríos.
Tocar la madera, además de buena suerte, estimula nuestros sentidos.
Música para los oídos
El crujir de una pisada. El sonido de los nudillos golpeando un tablón. Y cómo no, la música. Los lutieres eligieron a lo largo de la historia la madera para hacer los mejores instrumentos. Por su durabilidad, pero también porque consigue transmitir un sonido limpio, claro, cálido y con un amplio rango de afinación.
Los pianos de ébano, los violines de arce con sonidos brillantes y tonos medio-altos, el exotismo y la calidad sonora del cocobolo para guitarras o bajos, la dureza del granadillo para los instrumentos de viento… La madera es música para nuestros oídos.
En la variedad está el gusto
¿Por qué no disfrutar del sabor de la madera? De una forma, más o menos directa, podemos encontrar en el mundo gastronómico los matices que estimulan nuestro sentido del gusto.
Ya os hemos hablado del jarabe de arce, uno de los alimentos que nos llega de los bosques de Canadá. Pero la influencia de la madera va más allá, y cada variedad tiene su propio sabor. El tipo de madera que escojamos para ahumar un plato condiciona el resultado final. Las brasas que sirven de base a nuestros asados les trasladan la esencia del árbol.
Y si nos sumergimos en el mundo de la enología ¿quién no tiene en mente la imagen de las grandes bodegas con las icónicas barricas de madera? Un elemento imprescindible para un buen envejecimiento del vino. Desde la afamada barrica de roble francés o americano, a la más innovadora madera de castaño.
Un aroma inimitable
El del olfato es probablemente el sentido que más caracteriza a la madera. Su olor evoca sensaciones de bienestar y estimula nuestros recuerdos. Ese aroma de la madera recién cortada, el olor de la naturaleza, los muebles de caoba o roble y su aroma inconfundible al abrirlos… Un viaje sensorial imposible de imitar.
Cada variedad tiene su propio olor que proviene de los aceites que el árbol genera para su propia supervivencia. Aromas que tratamos de trasladar a perfumes, ambientadores de hogar o incluso a los vinos persiguiendo rodearnos de estímulos que nos transporten al bienestar que transmite la naturaleza.