“La biblioteca es la institución más democrática que existe, porque nadie —nadie en absoluto— puede decirte qué leer, cuándo y cómo”, aseguraba la escritora Doris Lessing, ganadora del Nobel de Literatura en 2007. En cierto modo, es casi un milagro que estos espacios existan: templos del conocimiento en los que cualquiera puede entrar, donde se puede pasar mucho tiempo, de los que puedes salir con libros (o música o películas) en la mochila. Podría imaginarse que, en pleno siglo XXI digital, se trata de algo en decadencia, pero nada más lejos de la realidad. Un ejemplo: en Estados Unidos hay más bibliotecas públicas que Starbucks y McDonald’s.
Los edificios que albergan las bibliotecas son con frecuencia protagonistas en revistas especializadas en arquitectura y diseño. Se trata, al fin y al cabo, de proyectos golosos muy atractivos para profesionales del sector, por su envergadura (aunque no siempre tienen que ser grandes) y por las posibilidades que ofrecen. No en vano, muchas de ellas son una de las principales atracciones turísticas de las ciudades en las que se encuentran. Algunas lo son por su antigüedad y belleza, como la Biblioteca Joanina, de la Universidad de Coímbra, en pie desde el siglo XVIII, famosa por los murciélagos que protegen sus libros.
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Otras atraen a los turistas por lo innovador de su edificio y su valor arquitectónico. Un caso reciente: la Gabriel García Márquez, en Barcelona, que en 2023 fue nombrada la mejor biblioteca pública del mundo, tras valorar la interacción del equipamiento con su entorno y la cultura local, la calidad arquitectónica del edificio, la flexibilidad de los espacios y servicios, la sostenibilidad, el compromiso con el aprendizaje y la conexión social, la digitalización de servicios y el cumplimiento de objetivos de desarrollo sostenible de Naciones Unidas.
Elementos básicos en la arquitectura de bibliotecas
¿Existen elementos básicos de arquitectura que tengan en común todos los edificios que alojan bibliotecas? En realidad, no. “Hay bibliotecas sin libros, bibliotecas pequeñas, grandes, sin mostradores, con mostradores, con mucha tecnología, con silencio absoluto, con mucha actividad… Hay multitud de soluciones, muchísima diversidad”, explica Ignasi Bonet Peitx, arquitecto y especialista en arquitectura de bibliotecas. Lo más importante a la hora de abordar un proyecto bibliotecario es tener “una definición clara de las necesidades, de buen principio, para que el diseño pueda darles una respuesta adecuada”.
En muchas ocasiones, el cliente da por hecho que un arquitecto sabe hacer bibliotecas. Y, si bien esto es cierto, se trata de un conocimiento muy general. “Las necesidades reales de cada biblioteca (espacio para colecciones, salas de silencio y concentración, salas de reuniones con equipamiento audiovisual, talleres…) las sabe cada equipo, cada institución, y hay que transmitirlo de forma clara al equipo proyectista”, elabora. Es a partir de esta información de la que derivarán “unas determinadas superficies, un organigrama de espacios y relaciones entre ellos, un presupuesto…”.
Tradicionalmente, la presencia de una colección era algo que tenían en común todos estos proyectos, por lo que siempre había que contar con el espacio necesario para su alojamiento. Las soluciones dependían en parte del tipo de biblioteca y de si se prefería que los libros estuvieran al alcance de las personas que la visitaban o no. Como recuerda un artículo en la revista Public Library Quarterly, en el caso de las bibliotecas públicas la preferencia fue cambiando con el tiempo. A lo largo del siglo XX, para conseguir liberar espacio, empezó a optarse por almacenar en un depósito gran parte de la colección, dejando una gran sala para la lectura y el trabajo, pero desconectando a las y los lectores de los libros. Más recientemente, ha empezado a intentar recuperar esa conexión, a través de estrategias que vuelvan a acercar las estanterías a las salas de lectura y trabajo.
Diseño de bibliotecas y su colección
Por otra parte, como resultado de la digitalización, “la colección continúa siendo un elemento importante, pero quizás no el elemento central”, señala Bonet Peitx. Su peso -y las decisiones arquitectónicas que habrá que tomar para su alojamiento— también es distinto dependiendo del tipo de biblioteca. Las bibliotecas universitarias tienen colecciones muy grandes (de centenares de miles de documentos), mientras que las públicas tienen colecciones menores (de solo decenas de miles de documentos, normalmente, en nuestro país).
Otra característica diferencial de la biblioteca pública con respecto a otras tipologías es que normalmente no hay colecciones patrimoniales importantes. Es decir, la misión de la biblioteca pública es el fomento de la lectura y la colección es un instrumento. En cambio, en otros tipos de bibliotecas, como las especializadas o las nacionales, la misión es preservar la colección, garantizar su conservación para futuras generaciones. Y este requerimiento es un condicionante muy fuerte para el diseño del edificio, para aspectos como la seguridad en los depósitos, por ejemplo”, detalla el experto.
Arquitectura para bibliotecas de la era digital
Una de las funciones básicas de las bibliotecas es permitir el acceso al conocimiento, algo que ha sido revolucionado por la llegada de internet. “Tener los documentos físicamente ya no es lo más relevante, sino que lo más importante son dos cuestiones distintas: la tecnología para acceder a los contenidos en red (ordenadores, conexión a la red…) y el conocimiento para usar esa tecnología y acceder a la información intangible y ubicua”, señala Bonet Peitx. Esto supone un cambio que implica la redefinición de lo que es una biblioteca: el foco pasa de ser un contenedor para la colección a darles las personas los instrumentos para poder procesar la información y acceder al conocimiento.
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Esto significa que, a la hora de proyectar los nuevos edificios bibliotecarios, “pasa a ser relevante diseñar espacios para que los usuarios hagan cosas relacionadas con el procesamiento de la información”. La lectura sigue siendo lo más importante, aclara el arquitecto, pero aparecen otras actividades a las que hay que dar acogida: salas para trabajos en grupo (para hacer trabajos de escuela, pero también para organizar un viaje, por ejemplo), para reuniones telemáticas o híbridas, para tertulias literarias, para la presentación de libros y encuentros con escritores y editores, para audiciones colectivas comentadas, para talleres (de creación literaria, o de cualquier actividad que pueda estar relacionada con los libros), espacios para pequeñas presentaciones de artes escénicas, estudios de radio para grabar programas elaborados colectivamente (como actividad escolar, por ejemplo), aulas de formación (para clases de idiomas, de ofimática e internet para gente mayor…), etc.
Además, el cambio implica también una tecnificación de los edificios “para que pueda haber una interacción entre la biblioteca presencial y la virtual”. Que todo lo que ocurra en la biblioteca pueda ser retransmitido en streaming y que la conversación que se produce en la red pueda ser leída “en pantallas en los espacios físicos de la biblioteca”, añade Bonet Peitx.
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De momento, esto sucede solo en algunos edificios pioneros. “Ahora el reto es transformar las bibliotecas construidas hace más de diez años (que son la inmensa mayoría) en base a estos principios. Y, además, hay que incorporar la legislación medioambiental europea a todo el parque construido, que nos obliga a equipamientos con cero emisiones en pocos años”, indica.
Cómo proyectar bibliotecas en edificios reutilizados
Por último, las nuevas bibliotecas no están siempre en flamantes edificaciones construidas desde cero, sino que con cierta frecuencia se renueva y adapta un edificio que se había utilizado para otra cosa. En estos casos, además de tener en cuenta todo lo dicho hasta ahora, es necesario también proponer un proyecto que de verdad le saque partido a la construcción anterior, manteniendo su identidad arquitectónica y otorgándole una nueva vida a un espacio que había quedado vacío e inutilizado. Hay ya bibliotecas en antiguas iglesias y palacios, en fábricas que habían cerrado, en los pasillos y salas de lo que fue un hospital. Estos proyectos ganan mucho en sostenibilidad —algo imprescindible para cualquier edificio actual— y, al mantener la herencia cultural del lugar, adquieren un valor simbólico elevado que suele ser muy bien recibido por la comunidad.
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