Vicente Guallart es un visionario de la arquitectura y del urbanismo modernos. Te adelantamos dos datos que refrendan esta afirmación: cuando hace veinte años la tecnología no había irrumpido en el sector, fue el primer director del Instituto de Arquitectura Avanzada de Cataluña. Y, en 2014, aventuró el modelo de urbe post-covid en su ensayo La ciudad autosuficiente.
Méritos y bagaje no le faltan a Guallart. Combina la experiencia en los ámbitos públicos y privados, además de en la docencia. Ha participado en varias ocasiones en la Bienal de Venecia, fundó el Fab Lab Barcelona y ha impartido clases en universidades internacionales como la HSE de Moscú o los programas del IAAC. Además, fue arquitecto jefe del Ayuntamiento de Barcelona entre 2011 y 2015, desde donde introdujo políticas de renaturalización de la capital catalana.
En la actualidad combina su faceta como profesor con el desarrollo de proyectos en su despacho y en Urbanitree, firma fundada con Dani Ibáñez (actual director del IAAC). Hacemos CONEXIÓN CON… Vicente Guallart para echar la vista atrás y analizar si el futuro será como se espera: combinando naturaleza y tecnología en nuestras ciudades.
Siempre te ha interesado la arquitectura, hasta el punto de haber trabajado como albañil para entenderla de cerca. ¿Qué ha cambiado de tu concepción de la profesión haber vivido esta experiencia?
La construcción tiene una parte social, y allí aprendí la pasión que desprende la persona que, haciendo lo que sea, quiere dar lo mejor. Vi la humildad de trabajadores a pie de obra, entendiendo que las viviendas son un bien social, y que hay personas detrás: quienes conceptualizan y quienes habitan esas ideas.
Desde la arquitectura estamos en medio del proceso del diseño; debemos darle forma a esos lugares y somos una parte importante de la cadena de valor, pero también hay que destacar que esa cadena es muy amplia e implica a diferentes profesiones.
Has vivido la arquitectura desde distintos prismas: como arquitecto jefe del Ayuntamiento de Barcelona, como primer director del IAAC y desde tu propio estudio. ¿Qué aprendizajes extraes de tu bagaje en ambos mundos, público y privado, y cómo piensas que deben convivir?
En cada una de esas etapas descubrí cómo podemos contribuir a diseñar mejores ciudades, a que las personas vivan con bienestar en ellas, y a hacer una arquitectura creativa e innovadora. Considero que haber desempeñado estos roles me ha permitido contribuir al progreso de las ciudades.
También has trabajado en latitudes tan distintas a nivel sociocultural como Camerún, Rusia o China, siempre despuntando en innovación tecnológica. ¿De qué manera han influido estos países en ti? ¿Qué poso te han dejado y al revés, qué estimas que has aportado a esos lugares?
El mundo es muy diverso desde lo cultural y lo político. En Rusia solamente se percibe progreso de élites. Camerún, por otra parte, es una sociedad muy joven que quiere aprender, pero a la que lastra su entorno político y su pasado colonial. Tiene una contradicción, y es que su reloj urbano está todavía en una fase de explotación de materiales y técnicas poco sostenibles. En Europa queremos desasfaltar las calles y, en África, las quieren asfaltar porque muchas son de tierra. Es nuestra labor contribuir a acelerar estos relojes urbanos e incluso apoyar en saltarse algunos pasos de esa transición hacia la descarbonización del planeta.
China es casi un continente donde se respira una voluntad muy grande de progreso colectivo, y está sufriendo una transformación en todo el país y a todas las escalas. Muestra de ello es el concurso internacional que ganamos en 2020 para establecer los estándares en los edificios de una nueva ciudad situada a 100 kilómetros de Beijing. Implicaba altos criterios ecológicos, donde poder vivir, trabajar y descansar en el entorno de la vivienda. Este estándar fue diseñado durante el confinamiento, pensando en cómo deberían ser las ciudades post-covid. Se trata de algo que hemos replicado en España con Urbanitree mediante el proyecto Terrazas para la vida, el edificio más alto de vivienda social construido en CLT en España.
¿Cómo ha evolucionado el mundo de la contratación pública en lo que concierne a sostenibilidad y el bienestar de las personas?
Una cosa que aprendí trabajando en el Ayuntamiento es que modificando muy pocas reglas se pueden potencian cambios profundos. Una ordenanza puede incidir en qué se prioriza en la contratación pública. ¿Por qué se introducen conceptos sociales y no ecológicos? Tiene que haber una traslación del discurso político a las acciones, un compromiso de lo público y lo privado. Al final, los grandes grupos inversores quieren garantizar sus activos a lo largo del tiempo, y eso solo se consigue con arquitecturas que tengan certificaciones ecológicas. Y en lo que respecta a estas certificaciones, pienso que toda la evolución vendrá de la mano de Europa y de la Agenda Urbana.
¿Cómo beneficia a profesionales y también a la sociedad la creación de instituciones como el IAAC? ¿Cómo complementan la formación universitaria?
Considero que la educación universitaria es un básico que, a pesar de ser muy potente en España, no profundiza en muchos aspectos que son fundamentales en la profesión. En el IAAC desarrollamos masters post-profesionales, y vienen personas de todo el mundo a formarse.
El IAAC fue fundado en el momento en el que estaban llegando las tecnologías digitales a nuestras vidas, siempre con el objetivo de estar diez años por delante de lo que está en el mercado. No existían Facebook, Google ni la IA, pero queríamos ampliar el límite de la arquitectura, y que todo ese impacto fuese liderado desde el ámbito profesional y del diseño, no solo del económico y tecnológico. Los años nos han dado la razón, porque estudiantes de todo el mundo se han formado en el Instituto, y cada vez se desarrollan más proyectos de investigación con otras instituciones.
El IAAC sigue evolucionando. Si hace veinte años la nueva frontera era el mundo digital, ahora lo es la revolución ecológica mediante el uso de nuevos materiales como la madera, la aplicación real de la economía circular…
Se cumplen más de diez años desde la publicación de tu libro La ciudad autosuficiente. ¿Crees que se está evolucionando hacia ese paradigma que defendías en tu obra?
En 2011 empezábamos a hablar de una ciudad formada por barrios productivos, a velocidad humana y dentro de una metrópolis de cero emisiones. La primera parte, que sería la ciudad de los 15 minutos, ya es una idea que se impulsa en muchas urbes. Un continente de emisiones cero es el mantra de la Unión Europea que impulsa a través de programas como la New European Bauhaus. En este sentido, creo que lugares como Barcelona tienen el deber de liderar la transformación, porque siempre ha sido pionera en las transformaciones urbanas.
¿Cómo pueden convivir naturaleza y tecnología en el urbanismo? ¿Qué opinas de proyectos como Proto Zoöp Zeeburg en Ámsterdam, pensado para la convivencia de plantas, personas y animales?
Me interesan especialmente las biociudades, y de hecho estoy preparando una publicación sobre ello. Desde la revolución industrial, cada cincuenta años se produce un nuevo modelo urbano. Después de la ciudad moderna de la Bauhaus, en los años veinte, que utilizaba masivamente hormigón y el automóvil y fomentaba la segregación funcional de la ciudad, en los setenta se impulso la renovación de los centros urbanos. Hoy en día el nuevo paradigma es hacer que las ciudades sigan las reglas de la naturaleza, y que en lugar de generar CO2 logren absorberlo. En cuanto a los recursos, el modelo es que exista mayor producción local y menos consumo de los mismos.
¿Qué materiales estimas que deberían predominar en la construcción y de qué forma podemos impulsarlos?
Cada momento tiene sus objetivos y, por tanto, sus materiales y tecnologías. En el siglo XX la gran cuestión era cómo crear estructuras resistentes y flexibles de manera rápida, por eso apareció el hormigón. Actualmente, el reto es descarbonizar la construcción para reducir el calentamiento global. La madera de nueva generación, industrializada, y los procesos de reconversión de los materiales tradicionales son fundamentales, así como la medición de la trazabilidad de los productos.
Debemos apostar por materiales que vengan de la región donde edificamos, y que estos sean de bajas emisiones o sumideros de carbono. Esto además contribuirá a activar una economía productiva en los entornos rurales. Se equilibrarán las diferencias ciudad-rural, se minimizarán la despoblación y el riesgo de incendios en muchos países del mundo. En concreto, en España tenemos recursos forestales muy amplios en Teruel, Soria… donde hay oportunidad de comenzar ese reequilibrio territorial.
¿Qué tecnología ayudará a alcanzar esos objetivos?
Estamos al comienzo de la revolución digital, y estos procesos llevan tiempo. Tiene sentido que las ciudades dispongan de un gemelo digital, porque un plan general de urbanismo no puede ser una foto fija, debe atender a las migraciones, los flujos económicos o los cambios en el comportamiento de las personas. Hay muchos aspectos que el mundo digital ayuda a entender mejor que la planificación tradicional.
Nos alojaremos en edificios que, gracias a sus atributos digitales, gestionarán la energía, el agua o la producción de alimentos. También se pueden impulsar las redes sociales locales y que las personas vuelvan a compartir a escala de barrio porque se conocen gracias a mecanismos digitales.
¿De qué trabajo de tu estudio estás más orgulloso?
Sigo la frase de Frank Wright, mi mejor trabajo será el próximo que haré. Siempre hay posibilidad de realizar un proyecto mejor.
¿Cómo te inspiras en el día a día? ¿Eres más de libros, redes sociales, museos…?
Me fascina descubrir a gente que hace cosas innovadoras y que quiere cambiar el mundo. Cada vez estoy más interesado en la historia, porque pienso que parte del futuro está ya escrito, y que se repite constantemente. Nos hemos podido adelantar en muchas ocasiones porque entendimos las tendencias pasadas y vimos esos momentos de cambio que han impulsado nuevos futuros.