Llegar a un lugar en el que te sientes como en casa. Esa es la clave de los nuevos alojamientos turísticos: lugares que invitan a vivirlos y disfrutarlos, enriqueciendo la experiencia en destino. Se acabaron los hoteles impersonales y sin alma. Los nuevos viajeros buscan espacios para los sentidos, que invitan a quedarse. Si los restaurantes han convertido el acto de comer en una experiencia multisensorial, los nuevos alojamientos vacacionales han convertido el acto de viajar en una experiencia acogedora y familiar.
Esta es una de las explicaciones del éxito de las nuevas plataformas como Airbnb, 9flats o Wimdu. El alojamiento puede determinar el éxito o fracaso de un viaje y el viajero, consciente de ello, busca espacios en los que sentirse cómodo. Para esto la mejor opción puede no ser un hotel. Incluso puede no ser una habitación. El alojamiento más deseado por los usuarios de Airbnb es una casa en un árbol, pero con un espectacular diseño y una decoración que la equiparan a un establecimiento hotelero de 5 estrellas. Vagones de tren, burbujas transparentes que permiten dormir bajo las estrellas, caravanas dentro de edificios, habitaciones temáticas… Todos ellos espacios creados para vivirlos con los cinco sentidos y que convierten un viaje en una experiencia única.
El huésped como centro: Qbic y Jo&Joe
Los negocios turísticos se han ido adaptando a este cambio de tendencia, convirtiendo al cliente en huésped y situándolo de nuevo en el centro de su negocio. Porque cuando el huésped realiza una reserva, no está reservando una habitación, está reservando una experiencia en la que el diseño de los espacios tiene una gran importancia.
Espacios envolventes que nos reconectan con el mundo físico, espacios para los sentidos, pensados para interactuar con ellos. El diseño juega con combinaciones cromáticas, con colores intensos, texturas y materiales, que faciliten al huésped descansar del ruido digital que le envuelve en el día a día y despertar sensaciones.
Los hoteles Qbic, un hotel cápsula diseñado por Blacksheep que cuenta con bases en Londres y Amsterdam, se basan en habitaciones modulares personalizables que incorporan iluminación de colores para adaptarse al estado de ánimo del invitado. Esta cadena nació con el espíritu innovador de ofrecer “un hotel que esté cimentado en la creatividad y en la creencia de que no hay que aceptar lo convencional. Un lugar con personalidad y divertido que te reciba con una sonrisa”. Todo en ellos, desde el diseño hasta a los servicios o actividades que ofrecen, está orientado a brindar a cada huésped una experiencia acogedora, única e inesperada.
Los millennials son en gran parte los responsables del cambio del antiguo concepto de hotel y la proliferación de nuevos establecimientos que cuidan su diseño. Cambios que también alcanzan a otro tipo de establecimientos hoteleros como los hostels.
Es el caso de Jo&Joe, la nueva marca de AccorHotels, que ha nacido del trabajo de su laboratorio de innovación y marketing, teniendo en cuenta las opiniones de sus futuros clientes y que va un paso más allá. El peso fundamental recae en los espacios comunes, que buscan estimular la creatividad y convertirse en punto de encuentro entre los viajeros, pero también entre estos y la comunidad local. En las habitaciones, nuevas opciones más imaginativas sustituyen a las impersonales literas.
“Mucho más que una solución de alojamiento, JO&JOE se concibe como un lugar de experiencia gracias especialmente a su diseño. Con el concepto de ‘open house’, la marca diversifica el viaje del cliente al dar la bienvenida a viajeros y locales” señala Frédéric Fontaine, director del Innovation Lab de AccorHotels.
Porque, como apunta su diseñador, el británico Lee Penson, “un espacio bien pensado es el secreto de una vida feliz y satisfactoria. La vida es demasiado corta para pasar tiempo en lugares tristes o ineficaces”.
Durmiendo en el museo
La estancia también puede convertirse en una experiencia artística. Marco – Museo de Arte Contemporáneo de Vigo puso en marcha en 2011 el Hotel Marco, un proyecto de Michael Lin y RVR Arquitectos que convirtió en habitación de hotel un anexo del museo y que durante 2016 ha recibido ya más de 15 huéspedes entre artistas, comisarios, profesionales del mundo del arte y particulares.
Desde el principio el proyecto buscó construir un espacio habitable que aprovechase la estructura del anexo, un espacio situado entre la calle y el museo, en diálogo entre espacio público y privado, y que permitiese a cualquier persona interesada “disfrutar de la experiencia de albergarse dentro de un espacio expositivo pensado como obra de arte y situado a la vez dentro y fuera de las instalaciones del museo”, como explica Marta Viana, responsable de comunicación de Marco.
Un espacio que además enriquece la estancia desde el punto de vista multisensorial a través del empleo de la iluminación o los colores, y que lleva a los huéspedes a destacar la sensación de confort, junto a esa dualidad de sentirse a un tiempo en plena calle y en su casa. Desde el museo señalan que “para los huéspedes cuya estancia se prolonga más de una semana, se establece familiaridad y ‘apropiación’ del espacio de un modo natural. Mientras lo habitan, sienten como si fuese su propia casa, con el mismo grado de privacidad”.
Este hotel es una ruina
Uno de los espacios más singulares en materia de alojamiento es La Ruina Habitada. Ideado por Fernando Gallardo, uno de los mayores expertos en tendencias hoteleras del mundo, no es extraño que haya sido elegida como una de las 100 mejores casas del mundo por la prestigiosa revista Wallpaper y una de las 30 mejores de España según Materialicious. Gallardo, conocedor de los mejores hoteles del mundo, con una enorme experiencia a sus espaldas, ideó este refugio personal, que después abrió a otros viajeros a través de Airbnb.
La Ruina Habitada es más que un simple alojamiento, es una pieza arquitectónica “que ha inaugurado una tercera vía en el tratamiento de las ruinas: la ruina no se restaura, ni se reconstruye; solamente se adapta para hacerla habitable”, señalan desde su web. El edificio, diseñado por Jesús Castillo Oli, es un antiguo pajar reconvertido en un impresionante loft de dos alturas, donde se han respetado todos los elementos para crear un verdadero diálogo entre la melancolía rural de la ruina y la funcionalidad de la arquitectura más actual. Un cristal convierte el interior y el exterior en un todo y hace al huésped sentir la magia de estar fuera en todo momento, en contacto con el entorno. Un espacio nacido para engañar a los sentidos.
Aquellos que no se conformen con una ilusión y realmente quieran sentirse fuera, tan solo necesitan realizar una reserva en el Null Stern Hotel, un hotel de una sola habitación situado en los Alpes suizos y que no tiene paredes ni techo. Frank y Patrik Riklin son los artífices de la idea, que acerca la naturaleza a los que no están dispuestos a renunciar a una buena cama, ni siquiera a 2.000 metros de altura.