Los que nacimos en el siglo pasado asociamos la vuelta al cole al olor de los libros y cuadernos nuevos, las mochilas y las ganas de volver a ver a nuestros amigos tras el parón del verano. Pero también a centros escolares impersonales y poco adaptados a la función que debían cumplir. En el siglo XXI la arquitectura educacional ha dado un vuelco para crear espacios pensados para favorecer la enseñanza.
Arquitectura educacional: espacios flexibles y dinámicos
Los niños pasan una media de 7 horas al día en el colegio, y los arquitectos actuales ya no se conforman con crear “contenedores” para ellos. El japonés Takaharu Tezuka es uno de los que han revolucionado el diseño de espacios educativos con un objetivo: intentar cambiar sus vidas. Para eso lo fundamental es “pensar como un niño”. Su proyecto más representativo es la escuela Fuji, que sigue el método Montessori y permite a los niños moverse libremente por el aula. Para fomentarlo, Tezuka creó un diseño circular sin divisiones, en la que lo que más llama la atención es su cubierta, que funciona como patio de recreo o pista de atletismo: “A los niños les encanta correr en círculos, ¿Por qué no lo diseñamos así?”, pensó Tezuka.
Japón, el país más envejecido del mundo, es también uno de los que más atención presta a la arquitectura educacional. Junto a Tezuka, el estudio Hibino Sekkei fue uno de los primeros en tomar conciencia de cómo afectaba a los espacios educativos el descenso de la tasa de natalidad: “Con menos niños, pensamos en la arquitectura preescolar existente, donde las aulas de los mismos tamaños y formas alineadas no eran las correctas”. En 1991 creó Youji no Shiro, “El castillo para los niños”, una sección especializada en el diseño de centros preescolares flexibles y dinámicos, con espacios que cambian de uso según las necesidades. En ellos las zonas comunes adquieren mayor importancia y los pasillos son sustituidos por espacios pensados para fomentar la comunicación y el intercambio entre los niños.
Arquitectura que estimula los sentidos
En los nuevos centros educativos la propia arquitectura incorpora elementos de juego. En la guardería Fuji se puede trepar a los árboles, que crecen en medio de las aulas, y toboganes para bajar desde la cubierta. Los cajones de madera que sirven como sillas y mesas de apoyo se convierten en trenes o lo que la imaginación de los niños quiera. En los centros de Youji no Shiro podemos ver casitas de madera, paredes de escalada, huertos, rampas verdes…
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El color es otra manera de estimular los sentidos, como podemos ver en los proyectos de guarderías de los ganadores del premio Pritzker RCR Arquitectes. Como señala Rafael Aranda, “un espacio para los niños ha de mostrar el mundo del juego y el color”. En Els Colors y El Petit Compte emplean colores vivos, los preferidos por los niños menores de 3 años, pero además los utilizan para facilitar su orientación, “una tarea espacial de aprendizaje importante para su autonomía y seguridad”.
El Petit Compte y Els Colors, RCR. Foto: RCR
Una escuela modular: sostenible y multiconfort
Una de las últimas novedades que hemos visto aplicadas en arquitectura educacional han sido las escuelas modulares de madera, como la diseñada por para el centro escolar Miquelallee en Frankfurt. Gmp Architects recurrió módulos de madera prefabricados, que permiten una respuesta rápida a las necesidades educativas, al reducir el tiempo de construcción, y tienen un carácter más sostenible que el hormigón. Miquelallee acogerá una escuela primaria y una secundaria durante 10 años, tras los cuales el edificio se desmontará y se podrá construir de nuevo en otro lugar.
Gracias a sus aislamientos estas escuelas aseguran el confort acústico y térmico de sus alumnos, además de contribuir al ahorro energético. Y es que el “multiconfort” es un factor imprescindible a tener en cuenta en el diseño de las escuelas de hoy en día. Sobre todo desde que conocemos que el ambiente en el aula puede afectar al rendimiento académico de los niños en un 25 %, según un estudio realizado por la Universidad de Salford. Esto incluye la temperatura y la calidad de la escucha, pero también la calidad del aire y la iluminación, preferiblemente procedente de fuentes naturales a través de grandes ventanales o lucernarios.