En la última charla del ciclo Espacio y Materia, organizado por Tectónica en Finsa21 el arquitecto Carlos Arroyo abogó por una arquitectura sostenible y flexible que cambie para adaptarse a las demandas de la nueva sociedad.
“Sostener algo que nos haga felices”. Ese es el objetivo de Carlos Arroyo desde su estudio de arquitectura, con sede en Madrid pero con vocación internacional. Su experiencia como docente en diversas universidades de arquitectura de España se nota en su charla. Ameno y didáctico, el tiempo se pasa volando mientras nos explica su particular filosofía: cambiarlo todo. ¿Y por qué es necesario cambiar las cosas en arquitectura? Porque el mundo está cambiando. Para Carlos Arroyo la respuesta “no es innovar, sino descubrir qué demanda la sociedad para hacer la nueva arquitectura necesaria para esta nueva sociedad”. Como ejemplo, en la charla de Espacio y Materia desgranó uno de sus proyectos más alabados: el ayuntamiento y centro cívico de Oostkamp (Bélgica).
Una ‘arquitectura líquida’ al servicio de la nueva sociedad
Todo viene de Proyecto H-H, un análisis sobre las maneras de habitar del siglo XXI que realizó su estudio y que puso de manifiesto que vivimos en casas diseñadas para otra manera de habitar, la de las familias nucleares del siglo XX. Pero también quería saber qué vivienda podemos diseñar en este siglo, y con qué flexibilidades, “porque no solamente ha cambiado la familia en este siglo, sino que la familia cambia con el tiempo, y tiene que ser posible hacer modificaciones en la vivienda para ir adaptándola a nuestras necesidades”.
La familia es una excusa para hablar de la fluidez del universo cambiante que Zygmunt Bauman define como ‘ modernidad líquida’, la característica más importante de la sociedad actual, con la sustitución de los modelos unitarios y jerárquicos por los modelos en red. Esto tiene consecuencias en la familia, en la cultura o la política, que está evolucionando en la sustitución de modelos piramidales por modelos horizontales: “Nuestro objetivo, como arquitectos, es estar atentos para ver cómo es la política, la cultura, la sociedad de nuestro tiempo, para asegurarnos de que hay una arquitectura que esté respondiendo a sus necesidades”.
Oostkamp: un ayuntamiento del siglo XXI
Por eso quizá la pregunta fundamental del concurso para el diseño de Oostkamp era: ¿cómo puede ser un ayuntamiento en que sea fácil para los ciudadanos relacionarse con las personas que toman las decisiones? “Uno de los motivos por los que ganamos el concurso fue que respondimos a esa pregunta”, afirma Carlos Arroyo. El ayuntamiento de Oostkamp “no es una arquitectura innovadora radical que genere una nueva política, sino que hay una política nueva para la cual no hay una arquitectura si no la hacemos nosotros”.
¿Cómo lo lograron? Creando un espacio-burbuja que funciona como una plaza pública, cubierta pero abierta a todo el mundo, por la que ¡incluso puede pasar una bicicleta! En esa plaza se ubican los espacios de la función pública, grupos de construcciones modulares con estructura de dendritas que se corresponden con las áreas de gobierno, y que están expuestos al público siguiendo una gradación, de lo más abierto (información) a lo más privado (despachos, almacenes). Esta apertura se extiende al salón de plenos, en el que “todo el mundo sabe que es muy fácil entrar y escuchar”. La exigencia de transparencia de los ciudadanos se hace física en Oostkamp.
Upcycling: sostenible y económico
Todo está cambiando y algunos aspectos escapan a nuestro control. Es el caso del cambio climático. Así que, ¿cómo convertir una antigua nave de 11.000 metros cuadrados de Coca-Cola situada en el centro del municipio en un ayuntamiento y centro cívico sostenible? La clave de esta arquitectura sostenible es el respeto a la “energía gris” (la energía acumulada empleada en su producción): “Si demolemos lo existente y construimos un edificio nuevo de máxima eficiencia energética, la energía que desperdiciamos en la demolición y la que consumimos en la construcción tiene una deuda de carbono que un edificio de consumo cero no conseguirá ahorrar en toda su vida útil.
Carlos Arroyo abogó por el “reciclaje radical”, aprovechando todos los elementos existentes sin desperdiciar ninguna de las instalaciones, desde la losa de cimentación en hormigón industrial, al aislamiento o el saneamiento. Adaptar lo existente con la menor inversión para que el consumo de energía sea el mínimo. Porque “para que un edificio sea sostenible tiene que ser más barato de lo normal”. Con sus 550 euros por metro cuadrado, el tercio de lo habitual en Bélgica, Arroyo cumplió su propio objetivo.
Tenían un espacio enorme e increíble para trabajar y querían convertirlo en un lugar donde entrar se convirtiese en una “experiencia mística”. Así surgieron las burbujas, unas estructuras de cáscaras construidas con GRG (yeso reforzado con fibra de vidrio) mediante encofrados inflables. Gracias a ellas se crea un espacio dentro de la nave con un clima controlado, donde construir el campus. Aunque se trata de un sistema constructivo empleado desde hace cien años, la inspiración vino de una escena de El Amor Brujo de Carlos Saura, “porque el arte tiene un enorme poder para abrir el imaginario”, siempre unido con la experimentación y con un uso innovador de la tecnología, apunta Arroyo.
Este elemento también es fundamental para aplicar la teoría de la “cebolla térmica” según la cual la pérdida de energía se reduce si se crean varias “pieles”, con pequeños saltos térmicos en cada una. Es más cómodo para el visitante de un edificio público ya que, en lugar de enfrentarse a un gran salto de temperatura de la calle al interior, experimenta una aclimatación progresiva. Pero sobre todo es más económico, puesto que solo se climatizan los espacios de confort máximo (despachos y salas) y no los de transición, donde únicamente con ventilación se consigue una temperatura estable entre 25 y 21 grados. En el Oostkamp solo se climatiza un 10% de la superficie, con lo que supone de reducción en consumo energético, otra clave en la arquitectura sostenible.
Juegos de luz y sonido arquitectónicos
“Cuando hacemos arquitectura estamos construyendo un entorno tanto acústico como visual”, destaca Carlos Arroyo, aunque muchas veces la acústica se deje de lado. En este proyecto las burbujas hacen rebotar el sonido y, para reducirlo, se recurre a un absorbente acústico que es fieltro realizado con botellas PET recicladas. Pero en algunos puntos se ha mantenido la acústica original y los puntos de concentración están señalados en el suelo, como un juego que invita al visitante a experimentar y para crear conciencia acústica.
En el diseño se juega con las burbujas para crear lucernarios, maximizar la luz, crear ambientes… Para introducir luz natural se elimina una sección de techo creando un patio interior, y se introducen cortinas plateadas en la estructura de la nave para transmitir la luz a los lucernarios. Uno de sus elementos favoritos es el sol artificial de leds creado para iluminar la plaza pública y que funciona gracias a un aerogenerador, dando lugar a la paradoja de que cuanto peores son las condiciones fuera más luce el sol dentro.
El sistema modular de la organización interna del Oostkamp permite su adaptación a la evolución de la vida municipal. Porque todo está cambiando pero, “¿estamos nosotros adaptándonos a suficiente velocidad para atender a esta cuestión?”, se pregunta Carlos Arroyo.
Oostcampus 3 min from ImagenSubliminal on Vimeo.