Una ciudad construida por la comunidad: las arquitecturas colectivas en el urbanismo

¿Quién decide cómo se hace y cómo cambia una ciudad? “Sus habitantes” debería ser la respuesta lógica y orgánica. En teoría, es así hasta cierto punto: las personas que viven en un municipio eligen a sus representantes mediante el voto, quienes, a su vez, se ocupan de la política y ordenación urbanística. Sin embargo, todos los días hay actuaciones y obras que tienen a parte de la ciudadanía en contra. Las iniciativas de arquitectura y urbanismo colectivos y participativos buscan luchar contra esto.

 

¿Participa la ciudadanía en el urbanismo local?

La sensación general de las y los residentes locales es que no tienen mucho que decir en el tema: según el informe The Future of Infraestructure de 2019 de AECOM, casi la mitad de las personas encuestadas en diez grandes ciudades afirmaba que le interesaría aportar feedback y participar en la planificación de infraestructuras urbanas, pero que no tenía cómo hacerlo. También se desprendía un sentimiento generalizado de que, aunque se pidiera la opinión a la comunidad, sería solo un paripé cuyos resultados nadie se tomaría en serio.

La burbuja inmobiliaria de los años noventa y principios de los 2000 y la situación actual de la vivienda son un ejemplo de esto. En ese contexto posburbuja nacieron proyectos como Arquitecturas Colectivas, una “red de personas y colectivos que promueven la construcción participativa del entorno urbano”, según explican desde la organización.

“Veníamos de la participación ciudadana y de la acción directa, de creer que tenía que haber otras maneras de construcción de la ciudad en la que la ciudadanía pudiera participar”, explica Iago Carro, arquitecto y miembro de la cooperativa Ergosfera, parte de la red Arquitecturas Colectivas. Habla en pasado porque, a raíz de la pandemia, la red como tal, con los encuentros anuales que organizaban, se ha quedado un poco parada, aunque los colectivos que pertenecen a ella siguen trabajando y teniendo contacto entre sí.

 

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La arquitectura y el urbanismo participativos no son nada nuevo, recuerda Carro, puesto que ya en los años sesenta había arquitectos que “trabajaban de esa manera”. En Arquitecturas Colectivas coincidían un grupo de personas que habían estudiado a finales de los noventa y principios de los 2000, un momento en el que lo único que importaba era “la arquitectura espectáculo y los renders bonitos”, señala. “La participación de la ciudadanía era algo que parecía lejanísimo”.

Los distintos colectivos que se dedican a esto lo hacen desde flancos diferentes. Ergosfera, por ejemplo, se dedica al “desarrollo de propuestas urbanísticas y estudios sobre las formas de uso y urbanización del territorio contemporáneo, tanto a través de la práctica profesional como de hipótesis teóricas, pero siempre desde una perspectiva crítica y compartiendo los resultados como conocimiento libre en busca de experimentación y debate”, sentencian.

Otros colectivos se dedicaban más a las acciones urbanas directas en el espacio público o en espacios privados. Y otra vía de actuación, la del colectivo Recetas Urbanas, era a través de las normativas, “para ver cómo se podía hacer para para para que las personas pudieran participar en estos procesos” o llegando a acuerdos con Ayuntamientos. “Había muchas líneas de trabajo, pero todas tenían a la gente en el centro de la cuestión”, señala Carro.

 

Ejemplos de urbanismo participativo

La idea de querer un urbanismo y una arquitectura que no hayan sido decididos desde arriba, sino en conjunto con la ciudadanía, ni es nueva ni existe solo en España. Por todo el mundo existen proyectos ya convertidos en una realidad que nacen de esta filosofía.

 

Campo de la Cebada (Madrid)

Este espacio urbano público en pleno barrio de La Latina abrió sus puertas el 15 de mayo de 2011, una fecha que se convertiría en emblemática, pero su historia empezó mucho antes. En el solar que había dejado la demolición de un polideportivo en 2009, y con los planes frenados por la crisis para construir otro similar, un grupo de asociaciones de vecinos, activistas y arquitectos consiguió que el Ayuntamiento les cediera el espacio mientras no se construía nada nuevo. En el Campo de la Cebada, que funcionó hasta 2017 y cuyo éxito fue celebrado en medios internacionales, hubo desde actividades culturales como teatro hasta un huerto urbano, pasando por talleres de construcción de mobiliario para la plaza o cine. La idea consistía en darle uso a un espacio infrautilizado mientras se esperaba por las instalaciones deportivas.

 

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Summer Streets Project (Helsinki, Finlandia)

Este caso no surge de la ciudadanía, sino del equipo de planificación urbana de la capital finesa, que buscó activamente la participación de residentes y gerentes de negocios para el diseño urbano. A través de UrbanistAI, una herramienta de inteligencia artificial, las y los habitantes de Helsinki pudieron generar visiones alternativas de una serie de secciones de las calles. A esta etapa de cocreación le siguió una de votación —también por parte de sus participantes— de las propuestas creadas, seguida de un tiempo (todo se hizo en unos talleres durante dos días) de discusión en grupo entre vecindario y urbanistas. Muchas de las ideas surgidas en las sesiones fueron incorporadas en el plan final de Summer Streets, un proyecto que buscaba reducir el tráfico y aumentar la vegetación en varias calles de la ciudad.

 

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Río Nobogonoga (Jhenaidah, Bangladesh)

El río Nobogonga, que atraviesa la ciudad de Jhenaidah, había ido siendo poco a poco abandonado por sus responsables municipales. Esta falta de mantenimiento lo había convertido en un lugar desagradable, contaminado y hasta peligroso. La respuesta vino de un colectivo local que decidió arreglarlo. El proyecto final se desarrolló tras mucho diálogo entre Co.Creation Architects con el Ayuntamiento y con las comunidades locales, las personas que iban a utilizar ese espacio, poniendo un énfasis especial en mujeres, infancia y personas mayores y con discapacidad. El resultado —ganador del UIA 2030 Award en la categoría de acceso a espacio verde público— es una ribera urbana llena de vida y totalmente accesible.

 

El urbanismo en un mundo ideal

Si no existieran todos los impedimentos y obstáculos actuales, ¿cómo se planificarían y construirían las ciudades? “La iniciativa privada tendría su lugar, la pública también y estaría todo mucho más equilibrado. La ciudadanía también tendría mucha más capacidad de participar en el diseño de las ciudades y se potenciarían espacios de autogestión para poder realizar actividades al margen de los intereses privados o de la ideología pública. Habría más posibilidades para todo”, reflexiona Iago Carro. “Y no existiría el problema de la vivienda. Estaría establecido que es un derecho humano”.

Para llegar ahí, sería necesaria más voluntad política, explica, porque es algo que se ha hecho en otros momentos. Pone como ejemplo los presupuestos participativos que había en ciudades como A Coruña y que este año han desaparecido. “Había colectivos urbanos que podían decidir una parte mínima de esos presupuestos”, refiere.

En cuanto al futuro de iniciativas como Arquitecturas Colectivas, Carro cree que, aunque ahora la juventud esté a otras cosas, “el formato colectivo probablemente vuelva. Igual que nosotros no éramos los primeros que enfocábamos la arquitectura de esa manera, llegará otro momento en el que vuelva a estar a la orden del día”, concluye.

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