Estudio Copla merece ser conocido por mucho más que por el galardón que recibió en 2023 por parte del Consejo Superior de Arquitectos de España. Su compromiso social se construye desde la propia conceptualización de su forma de trabajar. Así lo explica Betsaida Curto Reyes, su fundadora: “Creo que somos los estudios de una nueva era: de estructura mínima, colaborativos y en red, sumando el equipo que sea necesario en cada momento, algo que nos permite independencia y adaptarnos a los presupuestos de cada cliente”. Hablamos con Curto para descubrir esta firma radicada en Galicia, si bien sus colaboradores, como Ander Bados, se ubican a caballo entre el País Vasco y Perú.
¿De dónde nace la necesidad de fundar Estudio Copla?
Surge tras la experiencia de trabajar en Perú con una ONG, mano a mano con mi compañero Ander Bados. Fuimos muy jóvenes a estudiar casuísticas y necesidades para crear una escuela (por la que nos premiaron). En ese momento aún estábamos descubriendo el tipo de arquitectura que queríamos desarrollar, aunque teníamos claro que partiría del compromiso: más consciente, con materiales locales…
Latinoamérica me abrió los ojos a una arquitectura muy vibrante, en favor de su comunidad, con espacios pensados para su población. Es algo que está muy latente en todos los estudios que conocimos allí. En Europa, sin embargo, pensamos que vamos por delante, pero creo que no respetamos tanto el entorno, que en ocasiones ponderamos la modernidad cuando, muchas veces, no estamos tratando con los materiales que mejor hablan con el entorno. Es más moderno repensar la tradición, como hacen en Latinoamérica.
¿Hay un antes y un después desde que se recibe un premio como el del Consejo Superior de Arquitectos de España?
Sí. Además de por la difusión y por darnos a conocer a profesionales que no nos habían descubierto, por refrendar que vamos en la dirección correcta: con foco en lo social, en la comunidad, en trabajar hablando con todos los agentes y poniendo a todo el mundo en relación. Que hayan valorado este factor, además de la sostenibilidad, es algo inédito en esa distinción.
En este galardón se valoró especialmente vuestro compromiso medioambiental y social. ¿Crees que estos compromisos están vigentes en la arquitectura actual?
Están, pero todavía les falta un largo recorrido en España y Europa. En Latinoamérica se aprecian muchísimo más. Lo vemos en el uso de materiales de kilómetro cero, algo que aquí parece que valoramos en cocina, pero que en la arquitectura todavía está entrando.
La responsabilidad medioambiental es indiscutible a día de hoy. Sin embargo, persiste el prejuicio de que la arquitectura no piensa en las personas usuarias. ¿De qué forma estáis rompiendo con esta idea preconcebida?
Tenemos que hablar mucho con cada cliente. En el caso de la escuela en Perú, las personas que iban a utilizarla eran niños y niñas, así que dialogamos con sus progenitores y con asociaciones de padres y madres para entender la idiosincrasia del lugar. También creo que resulta vital no hacer diferencia entre clientes, porque siempre se ha visto la arquitectura social como algo de segunda, donde no hay margen para la creatividad o la innovación. En mi experiencia, siempre hay formas de abordar un proyecto desde ahí.
Vuestro proyecto premiado se ubica en Perú. ¿Cómo se puede conceptualizar arquitectura para contextos socioculturales distintos al lugar donde se cocinan?
Nuevamente, en Perú fue importante la comunicación y escuchar de forma crítica. Se trataba de arrabales que no tenían una identidad tan visible como puede ser, por ejemplo, el mundo rural gallego o el asturiano, de donde yo provengo. Entonces, tuvimos que indagar para desvelar la esencia y la cultura, las técnicas constructivas tradicionales… Y cómo poder trasladarlo a la propuesta más económica posible. A veces, cuando extrapolas la mirada, o directamente provienes de una localización distinta, ves dónde mejorar.
¿Qué materiales son vuestros predilectos en el estudio?
Soy muy fan de la madera y los productos de kilómetro cero, que lógicamente varían según dónde estés. También me fascinan los materiales tradicionales reformulados. Esta última cuestión fue algo que investigué durante 2023 con la Universidade da Coruña y la ONG Habitamos en Mozambique. Allí buscamos reformular las casas para personas refugiadas recuperando técnicas constructivas locales, sustituyendo así las tiendas de campaña que enviamos desde Europa y que suelen tener poca durabilidad. Trabajamos también en que estas estructuras fuesen fácilmente desmontables, para permitir su reutilización.
¿Hacéis más obra nueva o rehabilitación?
Principalmente, obra nueva, pero me gustaría más que fuese rehabilitación porque considero que debemos ir por ahí: aprovechar lo existente en lugar de generar nuevos espacios.
¿Cómo buscáis inspiración?
Desde que estudié la carrera mi mundo cambió, y en lugar de mirar hacia delante miro para arriba y guardo detalles: una casa antigua, algo nuevo que veo en el paisaje…
La tradición y la cultura de cada sitio también me inspiran y, desde luego, me fijo en profesionales que lo hacen muy bien, incluso en tipologías de proyectos que no son mi especialidad, como pueden ser los aeropuertos. De mi estancia en Latinoamérica destaco arquitectas que cada vez tienen más voz en un panorama tan masculinizado: voces como Gabriela Carrillo, Frida Escobedo, Marta Maccaglia… Además, considero que ser mujer en esta profesión requiere el doble de energía para que te escuchen.
¿Cuál sería vuestro proyecto soñado?
Realmente creo que no hay proyecto malo, me fascinan aquellos en los que puedo diseñar todo, porque la arquitectura no es solo una carcasa, es buscar el detalle en un pavimento, un tipo de mueble… Las condiciones laborales ideales serían encontrar más mujeres aparejadoras, y que lo que se hizo en Perú, con esos valores sociales, pudiera trasladarse a España.