Siempre ha sido una persona curiosa. De pequeña dibujaba sin parar hasta el más mínimo detalle de la habitación que imaginaba en su cabeza y le encantaba desmontar todo tipo de objetos, desde relojes a termómetros, para bucear en su interior. Y comprender. Ver más allá.
Inma Bermúdez (1977), nacida en Murcia, pero con alma de valenciana, supo muy pronto que su pasión tenía nombre y no dudó en convertirse en diseñadora industrial. Desde entonces, no ha parado. Es la primera española que diseñó para IKEA, con quien sigue colaborando, ha trabajado para Lladró y acaba de crear una colección de grifos para Roca.
Sus piezas combinan ingenio, estética, funcionalidad y sencillez, como la icónica lámpara portátil Follow Me para la firma catalana Marset, el megahit que le ha dado tantas alegrías. “Somos solucionadores de problemas”, insiste. Galardonada con el Premio Nacional de Diseño 2022, Inma Bermúdez tiene un mantra que no deja de repetir: “Vienen tiempos difíciles. Nos necesitáis. Colocadnos donde se deciden las cosas que afectan a la vida de las personas, al planeta. Dejadnos espacio”.
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El Premio Nacional de Diseño se creó en 1987 y eres la tercera mujer, y la más joven, en recibirlo. ¿Están cambiando las cosas?
Todavía falta mucho. En el mundo del diseño hay muchas mujeres en estudios, pero que esos estudios lleven su nombre no hay apenas. Esto va a necesitar más tiempo. Aunque yo nunca quise un estudio con mi nombre, me parecía mucha responsabilidad y creía que era mejor trabajar para alguien, cerrar el ordenador el viernes y no volver hasta el lunes. Pero la vida me ha ido abriendo puertas, llevándome por distintos caminos y al final el destino me ha forzado a tener mi propio estudio. Me presenté al premio porque gente cerca de mí me animó, yo no creía que fuesen a dármelo. Así que espero que este premio anime de alguna forma a las mujeres de mi campo y en muchos otros.
¿Siente también ahora cierta responsabilidad?
Sí. De hecho, otro ganador del galardón me dijo: “Esto ya es como un apellido, para toda la vida”. Ahora quiero hacer un parón para pensar, aunque no está siendo del todo posible porque en esta sociedad todo va muy deprisa. Pero sí quiero aportar mi granito de arena para cambiar las cosas desde el mundo del diseño, sobre todo en cuanto a la sostenibilidad. Falta mucho por hacer ahí. El premio me sirve también de altavoz. Soy muy pesada y cabezota y, desde que me lo dieron, siempre que puedo insisto en que los diseñadores somos profesionales que podemos hacer algo más que productos. Aportamos soluciones creativas y en el futuro va a hacer mucha falta ser muy creativo para afrontar los retos medioambientales y sociales.
Por eso me gustaría colaborar con las empresas de otro modo, aunque aún no sé cómo. Así que voy a dejarme llevar, ir poco a poco, como he hecho siempre en mi vida, elegir proyectos e intentar convencer a las empresas para hacer las cosas de manera más consciente, de la importancia de reparar, de fomentar un consumo más controlado.
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¿Has podido llevarlo ya a la práctica, ser más certera?
Sí, hemos tenido la oportunidad con nuestro proyecto para la bodega valenciana Dominio de la Vega, que ha dado el salto a una producción 100% ecológica. El encargo que nos hicieron iba más allá de ayudarles con la imagen. Al principio, no quería aceptar porque yo he sido siempre muy insegura, creía que no iba a ser capaz, lo cual siempre ha hecho que me lo curre todo mucho más. No entendía nada de vino y nunca había diseñado una etiqueta y, al final, fue un trabajo global y muy satisfactorio. Creo que aportamos mucha frescura al proyecto porque no estábamos contaminados y nos lo cuestionábamos todo, muchas veces quizá por ser un poco naif.
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Hace unos años fuiste parte de una iniciativa junto a otros colegas llamada “Por un Ministerio del Diseño”, donde planteabais la necesidad de implicar a los diseñadores en la gestión de lo público. ¿Te gustaría poder asesorar también en este campo?
Claro. En el Ayuntamiento de Helsinki hay un diseñador que ayuda y orienta a ver los problemas y situaciones de la ciudad desde otra perspectiva, a todos los niveles. Que yo sepa es un cargo que solo hay allí, pero podría ser viable en cualquier administración pública, en partidos políticos… Es que los diseñadores somos solucionadores de problemas.
Has dicho que la sostenibilidad ya no es un objetivo más del diseño, sino la base de todo, y que el verdadero virus del planeta somos los seres humanos. Pero, ¿el diseño no empuja a consumir más?
Somos el peor virus de este planeta, sin duda. Nos vamos a extinguir y, honestamente, creo que es mejor así porque lo estamos haciendo fatal. Parece que no queremos darnos cuenta, que no queremos pensar. Y no es ético. Pero no es culpa del diseño.
La responsabilidad principal la tiene quien consume, que cree que como un jarrón cuesta tres euros da igual si se rompe y se tira. Por eso hay que cambiar la relación que tenemos con los productos, esa forma de consumir que es como una droga. Tendríamos que ser más conscientes de lo que hacemos desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, elegir productos de cercanía y de temporada, reparar con nuestras manos, movernos de otra manera en el mundo.
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Los biomateriales parecen una de las claves para un futuro más sostenible. ¿Forman parte de la solución?
Está bien innovar con nuevos materiales, tener otras opciones, pero la clave está también en emplear mejor los que ya tenemos. No se trata de demonizar el plástico, sino de tener un mejor sistema de reciclaje, que funcione bien. El plástico de un solo uso es lo que hay que erradicar.
¿Qué significado tiene la madera en tus creaciones?
La madera es un material noble, que envejece muy bien, nos ha acompañado desde el principio de los tiempos. Tenemos un proyecto precioso en Matadero Madrid que se llama La manada perdida y que es una familia de cinco animales por definir fabricados en madera y como se hacía antiguamente: con sierra, lija y tornillos. Queríamos mostrar el origen de la madera, usarla al máximo, dejando el menor residuo posible, y que se viera esa mezcla entre belleza y rudeza, con marcas, con partes con corteza…
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¿El diseño es sinónimo de estética?
El diseño no es solo estética, va más allá. No se trata de definir que algo tiene que ser azul o verde, que también, es más. Es pensamiento. Y todo está diseñado y analizado, incluso lo que no se palpa. La forma en la que se sube o baja de un bus, o cómo moverse en un hospital, por ejemplo. Diseñar es hacer cosas que le hagan la vida más fácil a la gente.
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¿Se imaginó alguna vez que llegaría aquí?
Ni en mis mejores sueños pensé que trabajaría para IKEA o para Lladró, que haría mi lámpara Follow Me o que trabajaría para Roca, con quienes he hecho una colección que es carne de premio. Ya ha ganado alguno y más que habrá. Esto es maravilloso, pero es cuestión de ponerlo todo de tu parte. Me gusta mucho mi trabajo, es una pasión. Y yo he trabajado mucho. También he tenido suerte. Y cuando algo no sale bien, pues es un aprendizaje.
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Hablando de IKEA, lo primero que hizo para ellos fue un lavabo pequeño, compacto y muy funcional. Desde entonces la llaman “Inma Smart”.
Sí, es cierto. El lavabo era algo súper básico que ofrecía muchas soluciones, que es justo lo que quiere Ikea: una referencia y distintas posibilidades. Fue en el 2006 y entonces no había lavabos con ganchos, ese era el primero. A nadie se le había ocurrido. Les pareció súper innovador y dijeron: “Esta chica parece lista”. Así que empecé a trabajar en baños y luego fui pasando por el resto de departamentos. Con IKEA hice un máster.
¿Sigue sorprendiéndote ver tus diseños en hoteles, restaurantes, las casas de tus amigos…?
Me sigue sorprendiendo y es de las cosas más chulas de trabajar con IKEA. El impacto de sus productos es tremendo. Saber que mucha gente disfruta de mis diseños mola.
Incluso un perchero que diseñó para la firma se ha utilizado como porta goteros en hospitales en la pandemia.
¿Te gusta que se le den otras utilidades a sus piezas?
Claro, es que todo el mundo tiene creatividad, de alguna manera. Me lo contaron y me pareció genial.