El flamenco interesa a Pedro G. Romero desde muy temprano. Este “artista indisciplinado” que ya triunfó en la pasada edición de dOCUMENTA con La farsa monea, una performance junto al Niño de Elche y el bailaor Israel Galván, no deja de trabajar. Su último proyecto ha sido convertir la sevillana galería de arte Alarcón Criado en una “Sala de Ensayo”, un espacio abierto a los artistas del flamenco y sus amantes, un lugar de experiencias. Hoy conectamos con él para profundizar en su obra y su espíritu.
¿Qué es Sala de Ensayo? ¿Cómo nace? ¿Cómo espera que evolucione?
En realidad, Sala de Ensayo es un intento de explicarme y explicar lo que más me interesa del campo artístico que es el flamenco y las posibles características de mi intervención en ese mismo campo. De alguna manera, la propuesta de la galería Alarcón Criado nace de mi intervención en el cartel de la XX Bienal de Flamenco. Más allá del asunto del gusto, el cartel ha sido interpretado como un gran atrevimiento, cuando para mí es un ejercicio de costumbrismo, de arte camp, una mezcla de los Hermanos Álvarez Quintero y Samuel Beckett, un intento de situar ciertos discursos en un ámbito más amplio, para públicos generalistas por decirlo de alguna manera.
En realidad, del flamenco me interesan otras cosas: la conexión entre gestos, cuerpo y lenguaje al borde mismo de la cultura, una relación abierta que deja entrever constantemente el animal que somos. Eso opera mucho en los ensayos, en ese espacio especial de creación constante que son los ensayos flamencos. La polisemia de la palabra ensayo como tiento, como estudio, pero también como género de disertación, de indagación sobre las cosas. Eso de alguna manera es lo que se intenta poner encima del tablao construido en la galería.
Es muy interesante lo que me decían algunos amigos: “¡Qué exposición tan pulcra, Pedro! ¿Qué te ha cambiado?”. Pero esa extensión de sentido que yo intento dar siempre con miles de papelitos para leer, monedas que circulan, cosas de poner y quitar, ese desdibujar la forma mediante la reproducción infinita de cosas, papeles o bits de información… Eso aquí lo dan los artistas, muchos y maravillosos, que de la mano de la curaduría que he hecho con Javiera de la Fuente y Marco de Ana, van operando sobre el tablao. Es un trabajo de gran densidad que a mí mismo me desborda. Más de siete horas diarias de grabaciones durante tres meses. Alarcón Criado está haciendo un gran esfuerzo y ahora tenemos que pensar cómo hacer circular toda esta experiencia, todo este capital acumulado, sin traicionar el uso. Ver cómo puede seguir operando sobre todo como un espacio de uso a pesar de convertirse en valor de cambio. O sea, ver como “vender” este trabajo decentemente, para entendernos. Poner estas piezas en el circuito de valor del mercado es la operación que sigue. Porque otra cosa que he aprendido del flamenco es a usar estas herramientas y lo que significa el valor del dinero, el uso y abuso del valor. Pero eso es objeto de otra reflexión.
¿Y de dónde nace el interés por el flamenco, que está tan presente en su obra?
En realidad, soy un aficionado privilegiado. Gracias a mi amistad con José Manuel Gamboa, mi primo, y con José Luis Ortiz Nuevo, mi maestro, acabé teniendo una relación privilegiada con el género que, cuando empecé a trabajar con Israel Galván en 1998, se convirtió también en un ámbito de trabajo. Y es un campo tan rico y tan lleno de estereotipos que, poco a poco, sus operaciones y enseñanzas han ido colonizando mi trabajo -si vale la palabra para este movimiento que sube desde lo subalterno- definitivamente. Para mí es un campo de continuidad. Yo pertenezco a eso que hoy en día algunos llaman “clases culturales”, ese es mi ámbito de trabajo. Genealógicamente, la bohemia, después las vanguardias y la contracultura, son los antecedentes productivos de esta clase. Fíjate que la bohemia era una palabra igual que flamenco, significaba modos de vida “a lo gitano” -pues en la Francia de finales del siglo XVIII, cuando nace la palabra “bohemia”, se suponía que los gitanos, los Rrom, provenían de esa región de la República Checa-. Es decir, para mí es también una indagación radical en el propio lenguaje con el que opero, una manera de reflexionar sobre lo que significa mi condición.
Muchas veces le definen como artista multidisciplinar, ¿qué significa para usted esa palabra?
Me gusta más artista indisciplinado. En fin, yo realizo todo tipo de operaciones pero de una manera o de otra están ligadas con eso que se llamaban las bellas artes. Francisco de Holanda, contemporáneo de Miguel Ángel, insinúa que ese “Bellum” tiene algo que ver también con las “Guerra”. Es una etimología loca pero la belleza siempre fue un campo de batalla.
Archivo F.X. está a punto de cumplir 20 años. ¿Está llamado a cerrarse algún día?
En realidad ahora trabajo en el proyecto como si este fuese un proyecto ya cerrado. No sé bien lo que significa esto todavía: estoy revisando todo lo realizado, catalogándolo, invitando a otros artistas a intervenir en él. Estoy operando sobre el propio Archivo F.X., como el Archivo F.X. operaba sobre las imágenes de la iconoclastia y la vanguardia y esta operación está dando claridad, precisión, toda la que yo pueda desear. Pero la relación entre forma y desborde de la forma está cada día más clara. Pienso en operar con este Archivo F.X. así, institucionalizándolo, monumentalizándolo, entronizándolo. Creo que son efectos que operan sobre cualquier obra de arte, tiene que ver con el campo de operaciones, con la naturaleza de nuestro trabajo. Lo que intento es controlar y darle a estas operaciones la medida que pienso que es coherente; que no nieguen, a mi pesar, las líneas y gestos básicos de este trabajo. Creo que hay una manera republicana de entronizar, por ejemplo, y en esto me aplico.
Se percibe mucha investigación en su obra. ¿Es necesario ser un buen investigador para ser un buen artista?
Hay que conocer los materiales con los que uno trabaja. No es una operación muy distinta a la de saber hacer colores, mezclar pigmentos, conocer las pátinas del bronce… Pero el arte trabaja hoy con otros materiales, con saber e información, y ahí debemos poner el mismo mimo. Yo soy todavía del plan antiguo de Bellas Artes, donde el oficio era importante y fundamental. Saber escoger un buen paspartú es hoy saber escoger las galerías, ferias, bienales e instituciones con las que trabajar. Pero la idea es la misma, pensar en el marco más adecuado para las obras. En ese sentido, cuando el lenguaje del arte ha extendido tanto su campo de acción es lógico que uno sepa o intente saber mucho de ese campo expandido del lenguaje que es actualmente el arte contemporáneo.
¿Qué proyecto tiene ahora en marcha? ¿Hacia dónde va su trabajo en el futuro?
Como comisario estoy preparando Aplicación Murillo en Sevilla, junto a Luis Montiel y Joaquín Vázquez, una lectura contemporánea de la obra de Murillo. También estoy desarrollando una serie de trabajos en torno al exilio, a lo que verdaderamente hemos aprendido de nuestra condición de exilados. Se verán, en distinto grado, en Córdoba, Málaga, Dessau, Córcega, Buenos Aires, Montevideo, Río de Janeiro, Caracas o Bogotá. En la Asamblea Bergen, en Noruega, se presentará un conjunto amplio de trabajos en torno a la fiesta, entendida esta desde la política, esa celebración conjunta que ambas cosas debieran ser. En fin, tengo más trabajo que futuro, lo cual no está nada mal.
¿Cuál sería su lugar soñado para exponer?
El caso es que ya he podido mostrar mi trabajo en algunos lugares excepcionales y, en cierto sentido, muy importantes para el conocimiento de mi propio trabajo. En esos casos el lugar marca el trabajo como un operando importante. Me pasó en Salónica, en la mezquita que fuera antes sinagoga de los sabbatianos, seguidores de Sabbatai Zevi, donde expuse invitado por Catherine David en su proyecto Heterotopías. En cierto sentido, estas presentaciones ahora en la Iglesia de la Caridad de Sevilla tienen ese rango. Por ejemplo, me gustaría hacer algo en el Calvario de Congonhas do Campo (Brasil), donde están las obras de Aleijadinho. O en ese triángulo que marcan Port Bou, Hondarribia y Colliure. El horizonte intelectual que me han dado José Bergamín, Walter Benjamin y Juan de Mairena es impagable.
Proceso o resultado, ¿qué parte de su trabajo disfruta más?
Por fortuna, es algo que resolví hace años anulando las diferencias entre una cosa y otra. Las obras no se acaban, se abandonan.
¿Cómo conecta con lo que le interesa? ¿Es más digital o analógico?
Apenas lo diferencio. Para mí la imprenta y el computador están en un continuo, pero también la naturaleza y la cultura están en continuo. Así que no diferencio. Ese continuo puede ser una banda de Moebius, es verdad, pero por ahí andamos.
¿Cómo desconecta para retomar fuerzas para continuar el trabajo creativo?
Muchas veces digo que para descansar de un trabajo cojo otro, pero seguramente no es verdad. Me cuesta distinguir entre trabajo y vida cotidiana, no son para mí cosas separadas. En realidad mi trabajo consiste la mayor parte de las veces en descansar, en estar ocioso. La pereza es la fuente principal de mis innumerables esfuerzos, una contradicción que parece que le va bien a mi cuerpo.
Si no se hubiese dedicado al arte, ¿qué cree que hubiese terminado haciendo?
En realidad es un campo tan amplio…. En Andalucía el uso del arte no está confiado solo a las bellas artes. Aún tenemos el viejo sentido de la palabra arte: vivir con arte, vivir del arte, saber del arte de vivir…
¿Con qué artista le gustaría colaborar, que aún no lo haya hecho? ¿Cuáles son sus referentes?
Tengo muchos referentes. Hace poco murió un pensador, Clement Rosset, con el que me hubiera gustado trabajar. También me gustaría algún día acabar de hacer algo con Pepe Habichuela, guitarrista enorme, o me hubiera gustado trabajar con las Vainica Doble, me parecen una voz única e impresionante. Con Teresa Lanceta casi podría decir que estoy trabajando, pero trenzar con ella algo textil… aunque a lo mejor también estamos haciéndolo. Me gusta mucho trabajar con Alejandra Riera y en algún momento eso se podría hacer algo más concreto. Raoul Vaneighen, Alice Becker-Ho…
Tengo la suerte de trabajar con mucha de la gente que admiro, tanta suerte que ya no creo que sea un azar, más bien es parte del trabajo en sí mismo. En realidad hay tanta gente valiosa… Un cuento de Borges decía que el mundo se sostenía en 11 hombres justos. Pues yo creo que son muchísimos más que 11 y, desde luego, mujeres, gente sin marca de género.
Fotografías cedidas por Alarcón Criado.