La madera tiene unas características particulares que la convierten en un elemento tan versátil como cotizado. Es resistente, pero flexible, y mantiene muy bien el aislamiento término y acústico. Pero no podemos olvidar que se trata de un elemento que procede de una fuente viva, y como tal, no es un material uniforme.
Cuando el árbol está en proceso de crecimiento se forman los anillos de su tronco, y cada anillo se corresponde con un año de vida. Si un árbol crece en una zona fértil y húmeda, se desarrollará más rápido, y si lo hace en una zona seca, crecerá más lentamente. Estas condiciones ambientales pueden variar el aspecto y dureza de la madera, incluso siendo árboles de la misma especie. Cuanto más pausado sea ese crecimiento, más unidos entre sí estarán los anillos y más dureza tendrá la madera.
Es posible diferenciar distintos procedimientos a la hora de cortar. La madera maciza se puede cortar en paralelo, continuando la longitud del tronco. Se trata del método más común y rápido. De este modo se observan sus nudos (el área donde nació la base de una rama) y sus variaciones de dibujo y coloración. No obstante, existen otras formas de dividir el material. El corte radial se realiza en paralelo al eje longitudinal de la pieza de madera, de forma perpendicular a los anillos de crecimiento. La textura y el color resultan más uniformes y la deformación, escasa.
Pero las variedades son múltiples. Existen otros cortes más específicos, como el Cantibay, que emplea formas rectas dispuestas en triángulos y no utiliza ni el centro ni el borde de la madera. Así se consigue un corte muy cuidadoso y un resultado impecable. El corte holandés, por su parte, se hace en forma de cruz, dividiendo la madera en cuatro cuadrantes. La idea es obtener la mayor cantidad de material posible.
El mundo de los nudos
Sea cual sea el tipo de corte, uno de los aspectos más importantes a tener en cuenta es que el material termine con el menor número de imperfecciones. Aunque no siempre se consideran como tales, los nudos que mencionábamos antes suelen ser una de las “imperfecciones” más habituales. Aparecen tras cortar la madera en planchas, convirtiéndose en círculos irregulares sobre las vetas del material. No todos son iguales, sino que podemos atender a tres cualidades: el estado, el tamaño y la forma.
En cuanto al estado, se pueden dar dos situaciones. Puede que el nudo sea sano o que, por el contrario, esté podrido. En el primer caso no habría inconveniente, siempre que no se ubiquen en una unión o sobre una cara vista. Pero un nudo muerto supondría un gran problema, ya que se desprenden de las planchas de madera y favorecen la aparición de orificios.
Por otra parte, para valorar el tamaño se emplean unas medidas definidas. Un nudo de ojo de perdiz mide menos de cinco milímetros; si oscila entre cinco y quince, tendríamos un nudo pequeño; si supera los veinte sería mediano. Y si llega a los cuarenta, ya hablaríamos de uno grande. En cualquier caso, tamaño y estado no se relacionan. Es decir, un nudo podrido podría ser mínimo o de grandes dimensiones, dependiendo en el momento en que la rama se podó.
Para hablar de la forma, habría que trasladarse a lo anterior, es decir, a la manera en que se corta la madera, pues es lo que va a determinar la morfología. Por ejemplo, si el corte se hizo de forma tangencial, tendrá una forma redonda, y si fue radial, su forma será de espiga.
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Tala, mejor con frío
Puesto que se trata de materia orgánica, como hemos mencionado anteriormente, no es baladí elegir la época del año en que se realiza la tala. Con criterio general, los meses más propicios son los más fríos, es decir durante el otoño e invierno, que es cuando la madera ‘hiberna’. Los motivos responden a las sustancias internas de la madera, fundamentalmente a la savia. Cuando el calor arrecia, fluye con soltura por el interior del tronco, es decir, en primavera y verano el árbol goza de mayor humedad y es la época más propicia para que esa madera se desarrolle y crezca en condiciones más favorables. Si se interrumpe este ‘riego’ es posible que se den decoloraciones o que el material se enferme y aparezcan hongos. Y es que, como ya sabemos, la humedad es la principal enemiga de la madera; cuanto menos arriesguemos a que se exponga a ella, mucho mejor.
Hay especies, sobre todo las de tonos claros como el haya blanca o el pino, en que elegir bien la época del año para realizar el corte se convierte, más que en una opción, en una obligación. Es el caso de árboles de tonos claros, como el haya blanca o el pino. En este último, por ejemplo, si su ciclo natural no se respeta, correrá el riesgo de azulado. Prácticamente cualquier madera se mancha cuando se corta en los meses estivales, pues su circuito vital queda interrumpido. Por ello, lo recomendable cuando entre mayo y septiembre necesitamos elaborar cualquier proyecto, es trabajar con los stocks que se generen en invierno.
Y es que para que su elegancia y belleza sea la que esperamos, es necesario cuidar todo el proceso que se despliega entre el crecimiento de la planta y su tratado. Resulta indispensable cuidar las condiciones del corte y la manera de hacerlo. Muy necesario también atender a sus circunstancias y ser conscientes de que se trata de materia orgánica y que, como tal, su manipulación precisa de un trabajo limpio, depurado y respetuoso. Así tendremos la garantía de que después llegará a todos los espacios en sus condiciones más óptimas.
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