¿Por qué se venden más los lápices amarillos? ¿Por qué Flaubert viste de azul a Madame Bovary? ¿Por qué los juguetes para niñas son rosas? Cromorama, el libro del director de arte italiano Riccardo Falcinelli, intenta dar respuesta a todas estas preguntas desgranando la historia de este filtro con el que observamos la realidad: el color. Una vista al pasado porque, como confiesa su autor, “nadie ha podido explicar aún cuál es el verdadero mecanismo por el que cambian las modas respecto a los colores”.
Diseñador gráfico desde hace más de 20 años y profesor de Psicología de la Percepción, Riccardo Falcinelli ha dedicado 11 años a investigar y construir una obra de 480 páginas -de la que habla en esta entrevista– y que se ha convertido en todo un superventas, con más de 65.000 copias vendidas. Se trata de un libro sobre el color que, por supuesto, está lleno de imágenes procedentes de la pintura, la publicidad, el cine, el cómic o la cultura popular, que sirven de marco para un sinfín de historias y anécdotas que nos ayudan a comprender cómo el color transforma nuestra visión del mundo.
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¿Por qué los niños van de azul y las niñas van de rosa?
“El color, desde el punto de vista de la comunicación, es una convención cultural”, afirma el autor. El significado de cada color cambia en función del país y de la época, y es la cultura en la que vivimos la que determina si para nosotros el color adecuado para acudir a un funeral será el negro, como en Occidente, el blanco, como en Japón, o el rojo, como en Sudáfrica. Pero también determina los gustos y qué colores son considerados bonitos, elegantes, atrevidos…
Esta convención arraiga hasta tal punto que dejamos de cuestionarla para convertirse en algo innato. Así explica Falcinelli que el azul, que atendiendo a la física debería ser un color cálido, se haya convertido en un color frío porque asumimos como natural esa asociación que hemos visto millones de veces repetida en mapas del tiempo y señales.
Pero las convenciones también cambian, y el significado de los colores, con ellas. Una Navidad más hemos visto anuncios y catálogos repletos de juguetes rosas para las niñas y otros azules para los niños. Sin embargo esto no fue siempre así. Hace un siglo el color femenino era el azul, el color del manto de la Virgen, mientras que para los niños se empleaba el rosa como una variante suavizada del rojo, el color de la guerra. ¿Por qué cambió? Para Falcinelli fue culpa de la Barbie: “El color icónico de sus vestidos y complementos fue el rosa, y me atrevería a decir que fue así por la mujer del presidente Eisenhower, que puso de moda el rosa palo entre las mujeres norteamericanas. La Barbie se convirtió en la muñeca superventas y todos los fabricantes de juguetes la imitaron”.
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La Revolución Industrial y la revolución de los colores
Cromorama señala la Revolución Industrial como la frontera entre dos maneras de percibir el color. Los nuevos colorantes industriales y la producción en serie hacen que hoy en día podamos tener cualquier cosa en cualquier color. Pero, antes de la industrialización, el color era un material más y determinaba el precio de un objeto porque “los colores se hacían con sustancias naturales, y cuanto más escasas eran estas más costosos eran los colores”. El caso paradigmático es el azul de ultramar, que se hacía con una reducción de lapislázuli, una piedra semipreciosa: “En el Renacimiento ver el color azul era como ver hoy un bolso de Luis Vuitton: algo que inmediatamente te hace pensar que ha costado un montón de dinero”. La restauradora Olga Gago nos contaba ya en esta entrevista cómo el empleo de colores en la antigüedad venía determinado precisamente por la disponibilidad económica.
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Huyendo de los colores planos
También en la Revolución Industrial nace el color plano, un color homogéneo que se utiliza en la producción en serie pero que apenas encontramos en la naturaleza. Gracias a él puedes coger una lata de Coca-Cola fabricada en Estados Unidos y otra de Corea y comprobar que tienen exactamente el mismo color. “Como ocurre siempre que nos habituamos a una cosa, ahora se desea lo contrario”, señala Riccardo Falcinelli, y como reacción a esa perfección apunta a la aparición de filtros de Instagram que simulan efectos de un negativo mal revelado o descolorido, o la tendencia a emplear colores pastel, que nos parecen más naturales.
Y es que tenemos tantos colores a nuestro alrededor que hemos perdido la capacidad de emocionarnos como lo hacían antes de la Revolución Industrial, cuando “el color era algo precioso, raro y muy deseado”. Pero además nos hemos habituado a los colores brillantes de las pantallas con las que vivimos y somos ya incapaces de ver los colores cómo los veía una persona de hace 200 años.
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El condicionamiento del color: el lápiz amarillo
Muchos estudios científicos demuestran que el color es lo primero que percibe nuestro cerebro. Esto lleva a situaciones curiosas recogidas en el libro, como el caso del test de las maletas Samsonite: al levantar dos iguales y con el mismo peso, una negra y otra blanca, los participantes en la prueba no sólo decían que la negra pesaba más, sino que al medir su esfuerzo realmente se cansaban más. “Estamos habituados a que las cosas negras sean más pesadas. Así que, con solo ver el negro, el cerebro prepara el sistema muscular para realizar un esfuerzo mayor, así que al coger una maleta negra efectivamente se realiza más esfuerzo que al agarrar una blanca que pesa lo mismo”, nos aclara.
“El color es el aspecto que mejor recordamos porque se imprime en la mente”, explica Falcinelli, y las marcas no tardaron en darse cuenta de este poder. Si vas a comprar un lápiz, tienes un 70 % de posibilidades de regresar a casa con uno amarillo, ya que dos tercios de los lápices que se venden en el mundo son amarillos. Ya forma parte del imaginario colectivo: “Tanto se identifica un lápiz con este color que se hizo un experimento en el que se daba al público dos lápices idénticos, uno amarillo y otro verde, y la mayoría decía que el amarillo escribía mejor”.