La cultura maker, extensión multidisciplinar del movimiento DIY –Do It Yourself– potencia el conocimiento común y una manera colaborativa de entender la creación en cualquier ámbito mediante la intersección de sectores y saberes. Os acercamos la revolución que tú mismo puedes aplicar en tu entorno, ¡porque todos sabemos hacer algo!
Tendemos a pensar que ya está casi todo inventado y que, en todo caso, los avances en cualquier campo vendrán de sesudas investigaciones realizadas por profesionales de bata blanca en algún laboratorio al uso. No pensamos que la próxima revolución industrial, la que ya está aconteciendo, pueda venir de nuestras propias manos… Imagínate, en una charla con los colegas de trabajo en la que llegamos a la conclusión de que la informática sigue siendo poco accesible a la mayoría de la población. Qué bueno sería que todo el mundo tuviese acceso a estas máquinas tan maravillosamente complejas, ¿no? Esto fue lo que pensaron en 1975 el Homebrew Computer Club, un grupo de pioneros estadounidenses que desde un garaje -la historia se repite- sembraron la idea de que la tecnología debía ser para las grandes masas, no solo para universidades e instituciones. La cultura maker estaba naciendo.
Gordon French, uno de los cofundadores del Homebrew Computer Club
Este grupo amasaba entre sus manos el germen del código abierto y la posibilidad de manipular los productos hasta llevarlos a sus máximas posibilidades utilitaristas. Y es que de nada sirve una gran herramienta si no resuelve las cuestiones del día a día. El programador estadounidense Richard Stallman se topó con esta problemática en 1983 cuando fue incapaz de reparar una impresora al no tener la posibilidad de acceder a su código fuente. Tras este incidente, creó uno de los primeros proyectos de software libre, GNU. ¿Y si todos tuviésemos la opción de manipular los fundamentos básicos de los artefactos que nos rodean? La respuesta a esta pregunta da lugar a que se elimine la línea divisoria entre consumidor y productor, o mejor dicho, maker.
Movimiento maker: Haz, comparte, da, aprende, equípate, juega, participa, apoya, cambia
Los ‘hacedores’ –makers– nacieron ligados a ordenadores y software, sí, pero en realidad son “artesanos tradicionales que se transforman con la tecnología y los nuevos modelos que ésta impulsa”, según explica Dale Dougherty, el gurú mundial del movimiento maker. Dougherty lanzó en 2005 la revista Make -toda una biblia- y estableció una de las experiencias clave de la idiosincrasia maker: las Maker Faire, encuentros periódicos de makers en todo el mundo -durante 2016, 191 eventos en un total de 38 países-.
La persona maker puede trabajar en la soledad de su estudio, pero lo que realmente le da sentido es mostrar sus creaciones a la comunidad y permitir que estas sean modificadas para nuevos usos. “Estamos ante un cambio de mentalidad” sintetiza Cecilia Thamm, creadora de la red Makers of Barcelona. “En realidad, mucho de los orígenes de nuestras industrias, incluso la de Henry Ford, vienen de esta idea de jugar y descubrir cosas en grupo” detalla Dale Dougherty.
No será una moda, pues esta cultura maker crecerá “a medida que la tecnología sea más accesible, más estandarizada y más abierta”, proclama Dougherty. Crecerá, y lo hará siguiendo el paradigma del Maker Movement Manifesto: haz, pero también comparte, da, aprende, equípate, juega, participa, apoya y cambia. Compartir te ayuda a expandir tu proyecto y mejora los de otros, dar soluciones propicia el networking, aprender es la constante ansia de mejora del maker, equiparse posibilita implementar nuevas vías, y jugar, participar y apoyar en comunidad son la base del cambio que esta cultura contagia en todos los ámbitos de la sociedad.
Cada maker tiene un punto de comienzo diferente. Puede partir de un hobby que acaba transformando a un consumidor en un fabricante –zero to maker-; puede ser un maker que fabrica componentes y colabora con otro en un proyecto o en distintas plataformas –maker a maker-; o bien maker to market, quien directamente lanza su producto al mercado. En órbita alrededor de estas tipologías existen los maker advocate, fabricantes o instituciones como bibliotecas o museos, que promueven actividades DIY para mostrar las capacidades de este movimiento. La cultura maker es tan diversa como rica.
Esta cultura maker busca su sitio entre el micromecenazgo, los tutoriales DIY para las cuestiones más diversas, el código abierto, la fabricación digital, la personalización de los productos y, en definitiva, el paso de la producción en masa a la customización en masa. Todo ello bajo el paradigma de los espacios de trabajo colaborativos que inspiran un espíritu artesanal con alma social.
Cultura maker y su hábitat: maker faire, hackspaces, makespaces y fablabs
El maker es un productor social con la necesidad de compartir sus creaciones. Vive en comunidad. Para ello, habita espacios de manera permanente o temporal, según sus necesidades. Esta cultura viene de la mano de las mencionadas maker faire o los hackspaces como eventos efímeros -aunque con legado en la memoria maker– y los makespaces y fablabs como puntos de encuentro, de trabajo y de inspiración.
Las maker faire más importantes por tamaño y afluencia de público son la de San Mateo, en California, Nueva York, Roma y Shenzhen -Hong Kong-. Estos eventos, auspiciados por la revista Make, son las hojas de ruta del movimiento, en el que se presentan prototipos y se organizan actividades y talleres que fomentan la interacción de makers de distintas disciplinas. Son acontecimientos en los que llegan a participar empresas con la finalidad de potenciar talento, como es el caso de Finsa en la última maker faire de Barcelona, en la que cedimos tablones de madera para facilitar el trabajo de los creadores. Además, desde hace un año, colaboramos con la empresa it! en la fabricación de prototipos con tablones de madera y piezas generadas por impresión 3D.
Por otra parte, los hackspaces son espacios de menor envergadura, normalmente ad-hoc, en los que se potencia el aprendizaje de los participantes por sus propios medios.
Como una especie de coworking surgieron los makespaces y los fablabs, vertientes permanentes y ocasionales lugares de desarrollo de actividad para makers. Entre ellas difiere la finalidad de cada espacio, pues mientras que los fablabs procuran la experimentación y el conocimiento compartido, los makespaces no obligan a sus miembros a compartir sus invenciones, y suelen contar con un inventario de maquinaria más heterogéneo. Sobre este punto de escisión César García, cofundador del makespace Madrid, aclara que los diseños y procesos desarrollados “pueden protegerse -a nivel de propiedad intelectual- y venderse como desee quien los invente, pero en el caso de los fablabs, han de estar disponibles con el propósito de que otros makers puedan usarlos y aprender de ellos”. Dentro de su espíritu con mayor énfasis colaborativo, el Fab Lab de Barcelona creó el portal fablabs.io con el objetivo de encontrar, registrar y aprender sobre estos espacios. Siguiendo una línea más start-up, el makespace de Madrid publicó el manual de supervivencia maker. Será por espacios, personas e información -abierta-.
Entre taladros, cables y madera también anda el maker
¿Cómo está calando la cultura maker en la sociedad? Comenzó por la educación, concretamente, en el Centro para los Bits y los Átomos (CBA) del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) en el año 2001. Cómo hacer casi de todo era el nombre del curso que comenzó a impartir el profesor Neil Gershenfeld para que estudiantes de distintas disciplinas creasen un proyecto combinando técnicas de fabricación digital y electrónica.
Gracias al apoyo del expresidente de los Estados Unidos Barack Obama con el programa Nation of makers, el movimiento entró al terreno entre la investigación y el mundo de la empresa. “La educación no tiene porqué depender de un aula, el emprendimiento es una herramienta de aprendizaje en sí misma”, explica Juan Freire, de X Tribe.
Lo cierto es que con la impresora 3D como estandarte, el movimiento maker se convierte en mucho más que chips y drones. La amistad del arquitecto Vicente Guallart con Neil Gershenfeld motivó la creación del Fab Lab Barcelona en 2007. Fue el primero de España y de los primeros de Europa, y se enmarcó dentro del Instituto de Arquitectura Avanzada de Catalunya. El espacio se especializó en arquitectura y urbanismo de tipo experimental, además de proyectos relacionados con los textiles inteligentes y las smart cities… Y es que cuando uno se hace maker, pisa campos donde nunca había pensado poner el pie. El Fab Lab Sevilla también nació vinculado a la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Sevilla, y ha sido promotor de libros sobre fabricación digital y cómo las técnicas de producción digitales ayudan a los estudios de arquitectura.
Tras la estela de estos fablabs institucionales se sitúan empresas como Finsa, Leroy Merlin o Worten, que potencian espacios físicos y encuentros para que makers innoven en su sector, sacando provecho ambas partes de un know-how colaborativo que se pone a la altura de los mejores departamentos de I+D+i.
Instituciones, empresas y grupos sectoriales ya se han unido a la cultura maker. ¿Qué más necesitas para sumarte al cambio?