La globalización en la que vivimos actualmente provoca que las distintas partes del mundo estén cada vez más interconectadas. Una comunicación que también se observa a nivel cultural, artístico y filosófico y, cómo no, también en los ámbitos de la arquitectura y el diseño.
El ikigai se ha generalizado hasta convertirse en un estilo reconocible en muchos espacios. En su origen, esta palabra significa “razón de vivir” o “razón de ser”. Este término lo utilizan los pobladores de Okinawa para referirse a lo que da sentido a la existencia, a la razón por la que nos levantamos de la cama.
Así como hace tiempo incorporamos el feng shui o la estética zen a nuestros espacios, el ikigai ha llegado para seguir sumando novedad a la lista de la filosofía oriental. Ideas que despiertan la inspiración, pero enfocadas también en los beneficios que nos reporta el cuidado propio y el del espacio en el que vivimos. Buena parte de las horas del día las pasamos en espacios interiores, tanto a nivel laboral como doméstico, por eso es importante crear entornos agradables, cálidos y reconfortantes que faciliten la conexión con esa esencia. Si las estancias nos recuerdan cada día lo que nos lleva a la plenitud, será más probable esa autorrealización vital.
Uno de los pilares del ikigai no es otro la simplicidad. Así de fácil y de complejo al mismo tiempo, pues comprar y consumir de forma desmedida es parte de nuestra deriva como sociedad. En cambio, esta filosofía contempla la integración de elementos que nos aporten felicidad, y desapegarse de las cosas que ya no tienen sentido en nuestro hogar: ropa en desuso, muebles, accesorios que ya no utilizamos, y todo ese sinfín de artículos que ocupan un espacio en nuestro hogar, extendiéndose y ocupando un lugar en nuestros pensamientos.
Ikigai: el arte de hacerlo material
Y aquí llegaría la pregunta clave: ¿cómo materializar esta filosofía en nuestro hogar? Aunque se trata de un proceso muy personal, una clave sería acomodar las diferentes habitaciones a lo que vayamos a poner en práctica en ellas. Si nos gusta acoger a amistades y familia, crearemos una zona para estos encuentros. Dependiendo de si preferimos grupos grandes o reducidos, este espacio estará acondicionado de una u otra forma: más o menos asientos, una mesa de mayores o menores dimensiones, un comedor amplio o pequeño, etc. Eso sí, a la hora de proyectar esta asimilación de lo social en nuestra vivienda deberíamos centrarnos solo a personas con las que verdaderamente queramos invertir nuestro tiempo.
Por otra parte, además del propósito, esta filosofía nos recomienda tomarnos la vida con tranquilidad: encontrar tiempo para cuidarnos, disfrutar de un baño, tomar un desayuno en ese rincón de la cocina que nos gusta. Parar de la vorágine y reservar unas horas a nuestro bienestar y nuestros pensamientos.
La luz es otro elemento que aporta bienestar en nuestra cotidianeidad. Aunque en las construcciones urbanas a veces tenemos ciertas limitaciones, es importante llenar la casa de luz natural: abrir cortinas, levantar persianas, dejar regarse por ella; incluso incorporar en salón a la terraza si es posible hacerlo. También es parte de esta tendencia incorporar plantas, tanto dentro como fuera de las paredes. Crear, incluso, nuestro propio huerto en el que cultivar hierbas aromáticas o pequeñas hortalizas puede ser un hábito saludable, además de una forma de estar en contacto con la naturaleza. El té también es importante en esta filosofía y en la cultura nipona. ¿Por qué no reservar una parte de este posible huerto a cultivar un jardín de té?
La meditación tampoco puede faltar si hablamos de ikigai. Un lugar en nuestra casa reservado a la meditación, con un suelo cómodo, o un tatami, aislado en lo posible de los ruidos del exterior. Y si cuidar la mente va acompañado de cuidar el cuerpo, lograremos el binomio ideal en la búsqueda de la felicidad. La pandemia ya nos demostró que el deporte también se puede hacer en casa. No es necesario disponer de unas instalaciones de grandes dimensiones ni maquinaria de gimnasio. Unos metros de alguna estancia donde dispongamos de unas cintas elásticas, una colchoneta o unas mancuernas serán suficientes.
Por último, y de manera amplia, incorporar el ikigai también significa implicar el cuidado de la casa. No hablamos únicamente de limpieza, que es lo más evidente, sino también de llevar a cabo pequeñas labores de interiorismo: pintar un cuadro para decorar esa pared del salón, recuperar un mueble y restaurarlo para volver a darle vida, organizar ese armario olvidado y, en definitiva, cualquier pequeña labor relacionada con el hogar. Realizarla nos supondrá una sensación placentera. Pero ver el resultado después será aún mejor.
Ikigai y la arquitectura del futuro
Esta idea del diseño como algo que traspasa lo material queda plasmada en las palabras de la arquitecta Caterina de La Portilla. Explica que la arquitectura del futuro no estará vinculada necesariamente al hormigón: “Cada vez vivimos en un mundo más intangible; nos dirigimos hacia lo no material, la arquitectura del futuro estará formada por personas que consiguen aportar en otras ramas que aparentemente no tienen nada que ver con su ámbito”. Basándonos en sus palabras, quizá la filosofía oriental y la arquitectura tengan o puedan tener entonces más relación de la que ahora imaginemos.
En un mundo en el que la especialización se considera un valor en alza, esta arquitecta apuesta por incorporar a esta disciplina el enfoque desde distintos ámbitos. Una holística arquitectónica con la que aprender y progresar. Qué duda cabe de la importancia de combinar disciplinas diversas nutriéndose unas de otras. Es posible que los preceptos del ikigai terminen constituyendo por sí mismos una disciplina de la arquitectura. Al fin y al cabo, pocas cosas hay más importantes que la manera en que configuramos un hogar y los elementos que lo constituyen.