Los objetos actuales envejecen tan rápido que las sensaciones que nos provocan se evaporan llevándose consigo su consistencia. ¿Cómo podemos recuperar su esencia en la sociedad del usar y tirar y de la obsolescencia programada?
Las cosas que decoran y sostienen nuestros hogares, que toda la vida han sido sólidas y tangibles, se han alterado en los últimos diez años pasando a un estado líquido, imposible de abarcar. La evolución de la sociedad de consumo y la cultura del usar y tirar, la obsolescencia -programada o no- y la globalización están desmaterializando los objetos y conduciéndolos al siguiente paso, el de la etérea cuestión digital.
No se puede determinar con certeza si influyó más la Vida líquida del recientemente fallecido sociólogo Zygmunt Bauman y su crítica al consumismo voraz, o el eslogan Redecora tu vida de IKEA, buque insignia de la posibilidad materializada de constante adaptación de espacios. El hecho es que nuestra relación con las cosas que nos rodean ha cambiado, y con el desarrollo tecnológico nos vemos abocados a una nueva era: la del fin de la cultura de los objetos. Esta cuestión se ve refrendada por datos que indican que España ya es el país de la Unión Europea que menor cantidad de materiales consume. Los mismos datos denominan este fenómeno peak stuff, «el límite de los objetos que necesitamos en Occidente», un concepto explicado -paradójicamente- por Steve Howards, directivo de IKEA.
Todo lo anterior podría inclinarse hacia el optimismo y traducirse como un afán de optimización en el uso de materiales y la asunción del reciclaje en nuestro ADN. No en vano existe la Asociación Sostenibilidad y Arquitectura con su medidor de CO₂ en la edificiación. Cada vez necesitamos menos materiales para crear los mismos productos, y estos se emplean de una manera más inteligente gracias a la evolución del I+D+i. Una evolución tecnológica, a su vez, devorada por sí misma debido a la obsolescencia programada, que provoca que los avances se conviertan en una suerte de work-in-progress que nunca acaban de consolidarse, que desmejora lo creado hace un año porque ya existe algo no mejor, sino más novedoso.
Arquitectos como Gabriel Allende declaran que ya existe arquitectura de usar y tirar, que no repara ni en la sostenibilidad ni en la usabilidad. A esta idea añade el profesional Alastair Strokes que los diseños de edificios se han visto modificados por esta corriente desde el punto de partida: «no debemos intentar construir edificios que duren 100 años, deberíamos crearlos para que duren unos 20 años y después sean sustituidos«.
Re-tocando la corporeidad
Mientras la inmediatez y la producción en serie parecen el destino irrevocable, surgen iniciativas que pretenden recuperar las experiencias tangibles y sensoriales de los objetos: el slow design y el diseño emocional. Estas tendencias plantean preguntas sobre nuestra relación con los materiales: ¿qué sentimientos quiero inspirar en cada espacio? ¿Cómo puedo integrar elementos que expresen mi personalidad y la de quien convive en este lugar? ¿Estoy empleando combinaciones cromáticas que me den la bienvenida y me acojan en este entorno?
«El modelo actual de diseño crea objetos estáticos, no envolventes, mientras que las personas estamos continuamente evolucionando». Así lo expresa en su libro Emotionally Durable Design Jonathan Chapman, profesor de Diseño Sostenible en la Universidad de Brighton. «En lo más básico se entiende instintivamente este concepto: una silla de acero produce frío y displicencia, mientras que una de madera genera calidez», aclara Chapman.
En definitiva, nuestros objetos son, de manera irremediable, o bien rápidamente caducos o bien objetos etéreos destinados a almacenarse en un contenedor digital -que no sabemos si está a prueba de tormentas solares-. Frente a esta corriente, hay que preguntarse dónde queremos estar, si dejándonos llevar por una aparente idea de progreso o cuestionándonos los fines tras nuestra ideación de los materiales que están a nuestro alrededor. La cuestión radica en qué cambia de los espacios que habitamos si los materiales desaparecen, porque con ellos se desvanecen las texturas, los olores y los colores. Y para las sensaciones… nos tememos que aún no hay almacenamiento en la nube.