Observatorios astronómicos: arquitectura terrenal para ver las estrellas

En agosto volveremos a mirar al cielo con la atención que se merece. Será el momento álgido de la lluvia de perseidas, también conocida como las lágrimas de San Lorenzo, uno de los acontecimientos más espectaculares de nuestra bóveda celeste.

Los observatorios astronómicos son el resultado de una estructura en continua transformación construida para el estudio del cosmos. Os explicaremos cuál ha sido su evolución hasta nuestros días, qué causas los han condicionado y qué tipologías son las más representativas de cada época.

 

¿Qué es un observatorio astronómico?

Aunque las pruebas no son definitivas, todo apunta a que antiguas civilizaciones como la egipcia, la babilónica, la china o la maya analizaban el universo a través de ciertas construcciones. Algunas estructuras prehistóricas estaban diseñadas teniendo en cuenta la salida y puesta del sol, lo que facilitaría la medición del tiempo y, como consecuencia, la creación de calendarios. Se convierten así en pieza clave en la organización de las cosechas y, por tanto, del control económico. Stonehenge (3100 a.C.) o el templo de Mnajdra (3000 a.C) son construcciones sencillas con bajo nivel de tecnificación, lo que es compatible con una población nómada. Otra de sus características más destacables es su tamaño monumental, causante, además, de que hayan llegado a nuestros días.

 

Los inicios: proto-observatorios

Egipto, Babilonia, China o la civilización Maya, fueron las primeras sociedades en las que se desarrollaron lugares desde los que observar los astros. Eran capaces de predecir eclipses y catalogar estrellas y constelaciones. Sus estructuras se reducían a la alineación de los elementos arquitectónicos con los cuerpos celestes. Aunque su finalidad no está demostrada, se cree que permitían la medición del tiempo y la creación de calendarios. Estas construcciones serían de gran ayuda para optimizar los ciclos agrícolas y facilitar, así, el control económico.

Stonehenge. Author: garethwiscombe. Creative Commons Attribution 2.0 Generic license

 

No tenemos la misma suerte con civilizaciones posteriores más complejas, de las que no hemos heredado restos. La mesopotámica, por ejemplo, contaba con grandes agrupamientos constructivos. Debido a que los instrumentos de observación eran sencillos y no requerían de una estructura concreta, cualquier lugar despejado y alto podía ser utilizado como plataforma de observación. Aunque no está científicamente comprobado, se cree que los zigurats pudieron ser levantados con este fin.

 

Cultura islámica: espacios permanentes y especializados

La civilización griega supuso un importante avance en el conocimiento astronómico. Conscientes de su utilidad para la orientación durante la navegación y a la hora de medir el tiempo, enfocaron sus investigaciones en el movimiento de los planetas, el sol y la luna, y la catalogación de constelaciones, las cuales se asociaban a adoración de algunos dioses. A pesar de que no conservamos evidencias de edificios cuyo único fin fuese la observación, sabemos que en el período helenístico se desarrollaron instrumentos graduados, imprescindibles para el avance de esta ciencia.

Tras la caída del Imperio romano, la cultura islámica conservó el conocimiento astronómico alcanzado por los griegos. Tomaron consciencia de la escala temporal necesaria para estos estudios, lo que dio lugar a las primeras instituciones que se planteaban un seguimiento continuado en el tiempo. Este cambio implicó espacios permanentes, una plantilla de trabajadores que se fue renovando en diferentes generaciones y un mecenazgo que los hiciese posible. El observatorio de Maragheh (1259) se considera uno de los máximos exponentes. Más que por la relevancia de sus investigaciones, este edificio fue vital para la transmisión de conocimientos.

Maragheh. Author: Nassim Hosseini Shamchi. Creative Commons Attribution-Share Alike 4.0 International license

 

El gran número de estudiantes y de asistentes que participaban en las observaciones, así como el paulatino aumento en el tamaño de los instrumentos, determinó el diseño de estas construcciones. El observatorio se convierte así en un complejo de edificios con funciones diferenciadas, es el surgimiento de la tipología tal como la entendemos hoy en día.

 

Observatorio moderno. Las innovaciones técnicas definen la arquitectura

Tycho Brahe, astrónomo danés y principal responsable del observatorio de Uraniborg (1580), prototipo del observatorio moderno, señaló en uno de los capítulos de su obra Astronomiae Instauratae Mechanica, las relaciones entre arquitectura y astronomía que marcarían la tipología de esta época.  El rasgo más característico de este período es la adaptación del diseño arquitectónico al instrumental de observación y sus funciones. La arquitectura se supedita, cada vez más, a las necesidades prácticas y al incremento en el tamaño de los distintos elementos. Para Brahe la idoneidad de la localización era clave. Esto incluía la necesidad de superficies elevadas y de una ubicación geográfica favorable en cuanto a la luz y el clima, para facilitar el registro de datos.

El científico danés primaba la funcionalidad por encima de cuestiones estéticas. Era consciente de que las innovaciones técnicas y los instrumentos marcarían el rumbo de estas construcciones, lo que se demostró en los diseños posteriores. Uraniborg había tenido en cuenta las cuestiones científicas y contaba con varias plataformas en donde observar el firmamento desde todos los ángulos, pero el desplazamiento continuado de los instrumentos entre las diferentes plataformas complicaba muchas de las investigaciones.

Uraniborg

 

El telescopio, un punto de inflexión

El telescopio, surgido a principios del siglo XVII, permitía su utilización desde balcones o ventanas por su tamaño reducido. Los observatorios se construían en este punto con estructuras muy simples, o se añadían pequeñas plataformas en las que situar el nuevo instrumento.

A mediados del siglo XVII se inició una competición por conseguir el telescopio más potente. Esto se traducía en más longitud, hasta tal punto que ya no cabían en muchos de los edificios. Como resultado se trasladaron las observaciones a campo abierto, alejándose con frecuencia del propio observatorio, lo que conllevaba problemas prácticos a la hora de analizar los resultados. El observatorio de Greenwich (1675) diseñado teniendo en cuenta estas nuevas variables, reserva un lugar destacado para el telescopio: se trata de una gran sala octogonal y grandes ventanales en todas las direcciones.

Greenwich.Autor: DAVID ILIFF. Creative Commons Attribution-Share Alike 3.0 Unported license.

 

Siglos XVIII y XIX. Expansión y divulgación científica

Durante los siglos XVIII y XIX los observatorios astronómicos se expanden por todos los continentes, incorporando los avances técnicos logrados hasta el momento. Algunas de sus características son la separación de estancias para diferentes usos, alineación con los puntos cardinales y un progresivo abandono de la ciudad.

Estos edificios tienen a la horizontalidad y son de poca altura; están coronados con cúpulas móviles en donde se sitúa el telescopio, convertido ya en el protagonista. En cuanto al resto de estancias, no constan de elementos representativos, ya que están destinadas a usos con menos requerimientos como estudio, docencia o descanso.

La astronomía alcanza en esta época un interés generalizado, lo que dará lugar a sociedades de personas aficionadas y observatorios que funcionan como centros de divulgación científica. Es el caso del observatorio Griffith (1935), convertido en uno de los edificios más reconocibles de la ciudad de Los Ángeles.

Griffith. Autor: Matthew Field. Creative Commons Attribution-Share Alike 3.0 Unported license.

 

¿Cuál es el futuro de los observatorios? 

En las últimas décadas, los observatorios se han despojado de toda ornamentación innecesaria para centrarse en garantizar la precisión. Otra de las consecuencias de los avances técnicos es la reducción y descentralización de los equipos humanos. Debido a esto, el espacio habitable se ha minimizado en estas construcciones. Este rasgo no supone una desaparición de la tipología, al contrario, es una evolución lógica que desemboca en satélites espaciales y en intervenciones en el paisaje cercanas al land art.

Vivimos un momento en el que se abren nuevas posibilidades espaciales: ya no se trata solo de observar el cosmos, también de recrearlo. El Super-Kamiokande (1996), en Japón, situado a un kilómetro bajo tierra, es un gran tanque de agua de 40 metros de diámetro y 40 de altura. Construido para captar partículas subatómicas provenientes del sol (neutrinos solares), esta arquitectura artificial supone un paso más en una caracterización cada vez más variada. No solo los satélites nos muestran como nunca al cosmos; también la simulación de espacios en el interior de nuestro planeta puede acercarnos, paradójicamente, a las estrellas.

 

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