¿No has sentido alguna vez que la ciudad en la que vives te lo pone difícil? Compaginar trabajo, ocio, cuidados, o el simple hecho de disfrutar de los espacios al aire libre se hace a veces cuesta arriba. Se ha dado prioridad a la productividad sobre las personas y eso, en opinión de algunos expertos, ha deshumanizado las ciudades, que llegan a convertirse en lugares de exclusión social.
Pero quizás es el momento de devolverles su esencia y poner de nuevo en el centro a la ciudadanía. Es el momento de impulsar ese urbanismo amable que propicie que todas las personas gocen de igualdad de derechos y de acceso a los beneficios de las ciudades.
Actualmente más del 55% de la población mundial vive en las ciudades, y en el 2050 el porcentaje podría llegar al 68%. Por lo tanto, el urbanismo que se centre en las personas será vital para lograr los retos a los que se enfrenta la humanidad.
Consideraciones para un urbanismo inclusivo
El punto y aparte que ha supuesto la pandemia abre un nuevo capítulo en la planificación urbanística. La necesidad de recuperar los espacios públicos, de replantearnos la movilidad o de crear ciudades con lugares básicos a 15 minutos son el punto de una planificación que tienda hacia las urbes integradoras, sostenibles y diversas. Eso es, para el arquitecto y urbanista Jaime Lerner, la esencia del urbanismo inclusivo. Ciudades pensadas para todo el mundo.
Y eso es también lo que la UE se ha marcado como objetivo para lograr esa Europa verde y sostenible que se recoge en la Nueva Bauhaus Europea. Espacios inclusivos y accesibles, donde el diálogo entre personas de diferentes culturas, disciplinas, géneros y edades se convierta en la oportunidad de imaginar un lugar mejor para todos. Pero también significa una economía más inclusiva, en la que la riqueza se distribuya y los espacios sean asequibles.
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Gentrificación versus urbanismo inclusivo
Fenómenos como la gentrificación expulsan a los habitantes de un barrio en favor de los réditos que da el turismo y lleva a una pérdida de identidad. La excesiva zonificación ha provocado la pérdida de la diversidad de usos, perjudicando especialmente a las mujeres, cuya actividad va mucho más allá de la meramente retribuida. Y niños y mayores tienen cada vez más dificultades para encontrar sus propios espacios públicos en una ciudad más pensada para los automóviles que para las personas.
Sin embargo, cambiar esa situación no solo es posible sino necesario. “Será en las ciudades donde se librarán las batallas decisivas en defensa de la calidad de vida, y sus efectos serán determinantes para el medio ambiente y las relaciones humanas”, destaca Jaime Lerner en su artículo “La ciudad es una tortuga”. Para conseguirlo hay tres puntos clave que es necesario abordar: sostenibilidad, movilidad y sociodiversidad.
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La ciudad de los cuidados
La arquitecta Izaskun Chinchilla coincide con Lerner en que cambiar la calidad de vida de una ciudad es más fácil de lo que pensamos. El modelo, en síntesis: los núcleos tradicionales mediterráneos que reúnen muchas de las características del urbanismo inclusivo, lo que la arquitecta denomina la ciudad de los cuidados.
“La ciudad de los cuidados sería compacta y continua, diversa en los usos, una ciudad de proximidad, con abundantes espacios públicos conectados entre sí, biodiversa y participativa”, explica Izaskun Chinchilla. Sus principales características serían:
- Compacta y continua: Ciudades en las que se pueda andar de norte a sur de forma completa y sin interrupciones.
- Con diversidad de usos: La ciudad a 15 minutos. Es decir, que a 15 minutos andando haya una variedad de equipamientos públicos, desde centros educativos a instituciones o mercados.
- Con más espacios públicos. Variados y bien aclimatados a las condiciones geográficas y meteorológicas como ocurre en ciudades como Pontevedra, el centro urbano de Marbella o Palma de Mallorca.
- Con menos vehículos privados. Donde el coche no se apropie de los espacios públicos y donde la movilidad sea segura, accesible y eficiente.
- Participativa. Los ciudadanos han de ser proactivos involucrándose en la planificación de la ciudad.
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Más personas y menos coches
El danés Jan Gehl propugna un urbanismo amable como aquel “que propicie las actividades comunitarias” y que recoja las acciones más primarias del ciudadano al interactuar en un espacio público: desde caminar a estar de pie, sentarse, ver, oír, hablar… Se trata, en definitiva, de humanizar el espacio público.
Para lograr ese objetivo los defensores del urbanismo inclusivo coinciden en un aspecto fundamental: la necesidad de que el automóvil no sea la base sobre la que se planifica la ciudad. “Es como una suegra mecánica, tienes que tener buenas relaciones con ella, pero no puede controlar tu vida», afirma Lerner en referencia al coche particular.
Para Izaskun Chinchilla, la prioridad que se le ha dado al vehículo privado “ha deshumanizado radicalmente las ciudades”. En su libro “La ciudad de los cuidados” enumera las patologías que provoca el coche particular con “una ocupación del 50% de nuestros espacios comunes. Y se refiere tanto a los vehículos en movimiento como a los vehículos aparcados que “se pasan una media de 23 horas al día parados en nuestras calles, no permitiendo que en esos lugares haya salones urbanos para el encuentro, para practicar deportes…” concluye.
No sólo ocupan espacio público, sino que suponen un factor de discriminación, por ejemplo, para los más jóvenes provocando una demora importante para la independencia de los niños. Según indica Chinchilla, “los niños, a partir de cuatro años, son capaces de realizar itinerarios que conocen y que repiten de forma autónoma. Pueden ir, por ejemplo, de su casa a comprar el pan. Sin embargo, la estadística dice que no les dejamos hasta que tienen 14 años. Esos diez años se pierden, precisamente por la amenaza que supone el vehículo privado para la integridad física de nuestra infancia”, destaca.
Movilidad accesible y sostenible
La movilidad mal enfocada es, por tanto, uno de los grandes problemas que se deben atajar. La arquitecta Izaskun Chinchilla subraya el ejemplo de Londres, donde solo el 9% de la población conduce vehículos privados y “por ese 9% estamos sometiendo a toda la población a una verdadera esclavitud, a una amenaza de salud y de integridad física”.
Resulta necesario, por lo tanto, repensar la movilidad, desde la variedad y la seguridad de los trayectos hasta cómo nos movemos y el tiempo que invertimos en el desplazamiento. Una ciudad es más saludable, explica Lerner, “cuando el coche no es el único medio cómodo de transporte; cuando se ahorra energía en desplazamientos superfluos y cuando se fomenta el tránsito a pie por sus calles, parques y avenidas”.
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El urbanismo participativo
¿Cómo llegar a esa ciudad para todo el mundo? La respuesta está en la participación. El conjunto de la ciudadanía ha de ser partícipe de la planificación de la ciudad. Que la población local sea capaz de cambiar la asignación funcional que se le da a un espacio es fundamental para poder tener lugares para niños, para mayores, para el ocio o para el descanso.
Ciudades como Barcelona, por ejemplo, ya lo han puesto en práctica con un documento guía para alcanzar ese urbanismo inclusivo que sitúa a la vida cotidiana en el centro de las políticas. Un urbanismo que tenga en cuenta la diversidad de género, la edad o el origen para construir una ciudad más equitativa, segura y sin barreras.
Solo la participación de la ciudadanía puede hacer las ciudades mejores. Porque como decía la arquitecta Jane Jacobs “las ciudades tienen la capacidad de proporcionar algo para todo el mundo, solo porque, y solo cuando, se crean para todo el mundo”.