Termina la temporada del ciclo Espacio y Materia, organizado por Tectónica en Finsa21, y lo hizo por todo lo alto: desde la Torre de Bilbao y la Torre 30, cuyos proyectos de rehabilitación ha dirigido Antonio Ruíz Barbarín.
Dos soluciones radicalmente diferentes pero abordadas con una misma actitud, la de la pasión hacia el trabajo arquitectónico. Así presentaba Antonio Ruíz Barbarín (Corella, 1960) a las protagonistas de su charla: la rehabilitación de la Torre Bilbao (Sáenz de Oiza, 1981) y la Torre 30 (Yárnoz Orcoyen, 1974).
Torre de Bilbao: atmósfera años 70
“Desde un primer momento nuestra intervención ha sido no solo recuperar lo material sino también recuperar la atmósfera” y el espíritu del proyecto original del edificio proyectado por Sáenz de Oiza en Castellana 81, afirmaba Ruíz Barbarín. “Teníamos que desvelar lo oculto, discernir entre lo original y lo antiguo que no formaba parte del proyecto original”, y para ello su equipo de Ruiz Barbarín Arquitectos – Arquimania partió de una rigurosa documentación, que incluyó la consulta de los archivos de Sáenz de Oiza, junto a planos, croquis, fotografías, artículos, libros… Pero además contaron con el asesoramiento del equipo original de ingenieros, Carlos Fernández Casado y Javier Manterola, que ayudaron a transmitir ese espíritu original. Satisfechos con el resultado final, su fantasía es que, si Oiza viese hoy día el edificio, les dijese “no habéis hecho nada”.
El respeto al maestro Oiza fue total. Como hilo conductor emplearon el módulo 1:32 con el que Oiza realiza todo el proyecto, y del que deriva todo: las medidas de la fachada, la estructura, las escaleras… Se restauró el sistema de aire acondicionado siguiendo sus planos o se mantuvo el falso techo en aluminio en fundición. La única intervención no original que ha prevalecido es la escalera, adecuada a los estándares de seguridad actuales.
Un respeto que llegó al punto de emplear para fijar los paneles de fachada, elemento icónico del skyline de Madrid, el mismo modelo de tornillo diseñado por Oiza y su equipo hace casi 50 años. En el exterior se recuperó la idea original de Oiza de crear un jardín japonés con grava, encontrada en una memoria manuscrita del arquitecto, que además permite recuperar la sensación original de la fachada colgando.
“Se trata de limpiar, más que de transformar. Restaurar, en lugar de sustituir”, aclaraba Ruiz Barbarín. Uno de los centros del edificio es la entreplanta, donde se recupera la atmósfera original del edificio y su permeabilidad como lugar de relación de sus habitantes. Para ello se restauran los techos originales y se eliminan los muros añadidos, recuperando también las perspectivas, y se mantiene el diseño de iluminación original, sustituyéndolo por luces led.
En las demás plantas se mantiene la panelería interior restaurada. ”No está perfecta, pero preferimos esa imperfección, esa pátina que va dejando el tiempo en estos edificios que merece la pena preservar”. El cambio más radical vino derivado, de nuevo, por motivos de seguridad: el cambio del falso techo de corcho por un panel de viruta de madera reciclada, que se ajustaba estéticamente a las necesidades, sumando sus prestaciones acústicas y anti incendio.
Gracias a los planos y croquis originales, el equipo de Ruiz Barbarín hizo realidad el auditorio que había sido proyectado por Sáenz de Oiza en el semisótano, si bien no se había llegado a construir. Jugando con el mismo módulo y los mismos materiales se intenta que el nuevo diseño se integre con el original, también a través del mobiliario.
Torre 30: puro arte en la M-30
Una rehabilitación de carácter radicalmente diferente fue la de la Torre 30, sede de Ilunion, en la que la intervención se centró en el exterior hasta convertirla en “un objeto abstracto”, moderno y dinámico que alegra la vista a los miles de conductores que diariamente atraviesan la M-30.
No se trataba tan sólo de una adaptación estética, también debía convertirlo en un edificio energéticamente eficiente. Para ello se trabajó sobre la fachada original dotándola de una doble piel: una primera de SATE y una segunda más ligera de chapa microperforada. “Con un solo gesto conseguimos unificar todas las modificaciones que había ido sufriendo la torre con los años”, que Ruiz Barbarín describe como un Frankenstein al que se había ido añadiendo elementos.
La primera piel, junto a las nuevas carpinterías, asegura un óptimo aislamiento acústico y térmico. Pero destaca por su papel de soporte del color, generando un “pixelado” que rodea el edificio, en base a un diseño que partió de elementos visuales de la empresa.
“El trabajo en paralelo con la torre de Oiza nos dio algunas claves para cambiar la percepción de este edificio”, confiesa Ruiz Barbarín. Así, consigue dotar de esbeltez y ligereza al edificio optando por una estructura colgada en fachada metálica, que no toca el suelo. También se enfatiza la línea con un elemento horizontal repetido, un juego visual que da mayor sensación de altura, al duplicar el número de plantas.
Es esta capa metálica la que le da una apariencia opaca por el día mientras por la noche hace visibles los colores del interior. La propia iluminación, diseñada para no deslumbrar a los trabajadores en el interior, va insertada en la estructura colgada de la piel de aluminio perforado. Unas perforaciones diseñadas para regular la radiación solar, a partir de un análisis paramétrico. Y no os equivoquéis, esta no impide disfrutar desde el interior de la vista de la ciudad.
Junto al diseño y la eficiencia, el tercer pilar de esta rehabilitación era la accesibilidad., aspecto muy importante en un lugar donde un 65% de los trabajadores tendrían algún tipo de discapacidad. La gran escalinata de acceso fue sustituida por una acera elevada y ahora la entrada se ha convertido en lugar de encuentro de los usuarios.
Y es que la rehabilitación no es sólo cosa de viviendas de hace siglos. ¿Sugerencias sobre otras rehabilitaciones de rascacielos?