La velocidad y la inmediatez ya no son un mantra a seguir para muchos ciudadanos de las llamadas sociedades desarrolladas. Se han dado cuenta de que consumir para obtener una satisfacción insaciable conduce a una frustración perenne. Primero fue la comida, después la ciudad, la moda, la educación, el turismo, el trabajo… y también el diseño, la filosofía ‘slow’ ha llegado para quedarse y combatir la cultura imperante del usar y tirar.
Lentitud versus rapidez, reflexión versus velocidad, sostenibilidad versus consumismo, bienestar versus materialismo, permanente versus efímero… el movimiento slow plantea un cambio de 360 grados en nuestra escala de prioridades y actitudes vitales. En él, el concepto de lentitud se despoja de toda la connotación negativa que le ha acompañado en paralelo al crecimiento de la sociedad de consumo.
La mecha se encendió en Italia en 1986, cuando Carlo Petrini quedó conmocionado por la apertura de un McDonalds en plena Piazza di Spagna de Roma. Entonces, decidió impulsar un movimiento de protesta para reivindicar la comida cocinada a fuego lento, con recetas tradicionales y productos locales. Así nació en 1989 slow food. Poco a poco, este modo de concebir la cocina y disfrutar de la comida se fue extendiendo a otros ámbitos vinculados a la actividad del ser humano. Todos se integran en el llamado movimiento slow, filosofía que defiende abandonar la cultura de la rapidez asociada a nuestro modo de vida actual y tomarse las cosas con más calma; desdeñar el tener por el disfrutar de lo que ya se posee. El ensayo ‘Elogio a la lentitud’ del periodista canadiense Carl Honoré es su libro de cabecera.
El diseño slow
La corriente también ha tenido una muy buena acogida en el ámbito del diseño, en donde se caracteriza por posicionar el centro del diseño en el bienestar del individuo y el respeto al medioambiente, basándose en el estudio de sus necesidades reales.
Photo : http://noticias.infurma.esSus principios fueron reflejados en un manifiesto lanzado por el diseñador Alastair Fuad-Luke:
- Diseñar para ralentizar los metabolismos de uso humano, económico y de recursos.
- Reposicionar el centro del diseño en el bienestar individual, sociocultural y medioambiental.
- Diseñar para celebrar la lentitud, diversidad y pluralismo.
- Diseñar para fomentar una visión a largo plazo.
- Diseñar tratando con el presente continuo.
- Diseñar como contrapeso a la rapidez (velocidad) del actual paradigma del diseño (industrial y del consumidor).
Aplicando dichos principios se obtiene como resultado que el diseño sirve:
- Para otorgar espacio para pensar, reaccionar, soñar y meditar.
- Primero para la gente, luego para la comercialización.
- Primero para lo local, luego para lo global.
- Para regenerar los beneficios medioambientales y el bienestar.
El proceso del diseño slow es comprehensivo, holístico, inclusivo, reflexivo y respetuoso. Y pone énfasis en la importancia de democratizar el proceso del diseño al incluir a una amplia gama de interesados.
“Mejorar la vida de las personas es el principal objetivo del diseño”, afirman desde Emmme Studio, el primer estudio de arquitectura surgido en España basado íntegramente en el diseño slow. Integrado por tres arquitectas especializadas en interiorismo e infografía, llevan tres años desarrollando proyectos centrados en las necesidades reales de sus clientes, “de las que son conscientes y de aquellas que les ayudamos a descubrir gracias a las herramientas de las que disponemos”.
Según su análisis, en España, el movimiento llega después de que la gran crisis obliga a replantearse los procesos de creación y materialización: “El crecimiento de los ritmos de producción, los años de bonanza económica, la gran demanda y la burbuja inmobiliaria fueron los detonantes de una aceleración que durante años aniquiló los procesos creativos, perdiendo la capacidad crítica, o más bien dejándola a un lado, y primando la cantidad sobre la calidad”. Definen un espacio slow como aquel “en el que entras y, no sabes por qué, pero te quieres quedar”.
Fuera tabiques
Este tipo de espacios buscan crear ambientes que fomenten la interacción, el trabajo en equipo, el diálogo y el espíritu familiar. Para ello toman protagonismo los espacios conectados entre sí; priman las áreas comunes donde el tiempo se detiene materializando la lucha de esta filosofía contra la llamada “tiranía del reloj”. Tal y como describe Carl Honoré: “Creo que hemos perdido el arte de entregarnos plenamente a un momento, el arte de estar presente. Uno de los beneficios primordiales del movimiento slow es recuperar esa capacidad de poder disfrutar y saborear los minutos y los segundos en lugar de contarlos”.
En el caso de la vivienda, el concepto de espacios sociales abiertos intenta eliminar todas las paredes o tabiques que impiden la libre circulación de las zonas más utilizadas como son el salón, el comedor y la cocina. Son espacios diáfanos, donde prima la luz natural, y poco recargados atendiendo a la máxima de ‘menos es más’. Lugares cómodos, relajados y sobrios. Además, se cuenta con materiales naturales, ecológicos, reciclados y también se le da peso a las piezas tradicionales, eliminando los objetos superfluos.
Este movimiento apuesta por las formas y piezas sencillas y promete productos buenos, sostenibles y justos. Algunos de los ejemplos más reconocidos son los objetos creados por el diseñador español, afincado en Londres, Tomás Alonso, quien, según afirmó en una entrevista concedida a Arquitectural Digest, busca “reducir al máximo las líneas, la cantidad de material, los componentes, el espacio visual del objeto y los pasos para llegar al mismo resultado”. Sus obras destilan funcionalidad y ecología.
Foto : www.tomas-alonso.com